Mientras el processismo grita a Ada Colau y los unionistas celebran el fin del procés de forma pintoresca y estúpida, España refuerza el papel de Catalunya en el sistema de equilibrios europeos. La estrategia bipartidista de Bruselas encontrará un embudo cada vez más estrecho en Barcelona. Catalunya es un talón de Aquiles, una pequeña Israel moral plantada en la entrepierna de Europa.
La falsa dialéctica entre globalistas y reaccionarios, entre Macrones y Le Pens del mundo, no funciona en Barcelona con la finura de Madrid y del resto del continente. A pesar de que la propaganda diga otra cosa, la política de bloques que Colau ha roto con su pacto con Manuel Valls no es tanto de cariz interno como de cariz Europeo. La alcaldesa tiene, en Catalunya, la misma función disruptiva que Albert Rivera tiene en España.
El enojo de Macron con el líder de Ciudadanos, por sus pactos con VOX, parte de la misma prepotencia colonial que los discursos de Madrid contra la burguesía catalana. Macron intenta salvar a Francia a través de una unidad de España tutelada por Bruselas como si fuera un pequeño Napoleón. Asustados por el 1 de octubre, los borbones se han puesto en manos de Europa y han arrastrado al continente a otro Vietnam peninsular de ecos imprevisibles.
El PSOE ya no tiene el aura modernizadora del postfranquismo, y Valls representa de forma demasiada descarnada la figura histórica del botifler. El nuevo héroe del unionismo polarizará el conflicto nacional todavía más que Ciudadanos, cuando asalte la Generalitat con la ayuda de Macron y Pedro Sánchez. Un gesto no hace a un estadista y Valls tiene demasiada necesidad de que Madrid sea una capital laica y cartesiana y que los catalanes se asemejen a los porrones de ratafia de Quim Torra.
Catalunya se encuentra como en 1939, pero sin las masas de exiliados, de muertos y de encarcelados que la descapitalizaron por dos generaciones. Solo hay que leer los artículos de Arcadi Espada y Javier Cercas para ver que Colau es como la grasa que algunas personas pacíficas fabrican para protegerse del entorno. Cercas se arrepiente de saber hablar en catalán y Espada advierte a Valls que no caiga en el “sentimentalismo de un país inexistente”, pero ninguno de los dos lleva pistola como sus padres.
La autodeterminación ha puesto sobre la mesa un conflicto que no se va a desvanecer y que solo se resolverá a bofetadas o de forma democrática, tanto en España como en el conjunto del continente
A pesar de que Antoni Puigverd tiene razón de ver Barcelona asediada por una hueste afrancesada de españoles, igual que en 1714, no hay que confundir la política con la realidad. También dice Enric Juliana que el procés empezó con los indignados, y todo el mundo sabe que el referéndum del 1 de octubre nació con la consulta de Arenys. Los próximos tiempos veremos prosperar a muchos ladrones de gallinas, pero también iremos viendo los límites de la ingenieria político-mafiosa del centralismo sin ejército.
La autodeterminación ha puesto sobre la mesa un conflicto que no se va a desvanecer y que solo se resolverá a bofetadas o de forma democrática, tanto en España como en el conjunto del continente. La alianza de Colau con Valls, igual que los pactos de Rivera con VOX, nos recuerdan que el conflicto nacional no se puede reducir con polarizaciones ideológicas de andar por casa y que Francia es el verdadero enemigo de Cataluña.
Controlada por Berlín y por París, Bruselas intenta parar la Europa de las naciones creando un monstruo a su medida, que es la ultraderecha en forma de nazismo de feria. La verdad es que la fuerza de Berlín y de París no son sostenibles sin el estancamiento de los países del Este y el empobrecimiento del sur de Europa. Los socialistas quieren que Barcelona se asemeje a Valencia, pero los resultados electorales dicen que más bien es Valencia que, poco a poco, se acerca a Barcelona.