La historia muestra una permanente retahíla de conflictos violentos. La guerra es humana, muy humana. Por muchos deseos o voluntad de presentarla como una excepción, sabemos que ha habido guerras desde el paleolítico. Y que seguirá habiéndolas. Los cerebros humanos son producto de la evolución de la vida en el planeta y, normalmente, la vida no tiene mucho de pacífica. La racionalidad y las relaciones entre poderes ayudan a controlarlas, pero la pretensión de abolirlas se sitúa más allá del realismo práctico. La paz perpetua no deja de ser un sueño ilustrado. Un irreal y "demasiado racional" deseo de blanquear las profundas ambivalencias de la mente humana, especialmente cuando actúa en grupo.
La actualidad puede parecer un tiempo relativamente pacífico. Sin embargo, eso tiene bastante de espejismo. Existen unos 190 Estados en el mundo y más de 50 conflictos armados de carácter internacional o interno (Global Peace Index, 2024). Detrás de las guerras hay varios factores. Aparte de los intereses políticos, económicos y culturales inmediatos, también juegan un papel destacado la historia, la geografía, la tecnología y la demografía de los diversos contextos.
Salta a la vista que el tratamiento informativo de los actores, instituciones políticas y medios de comunicación occidentales, centrados en Ucrania y Oriente Medio, resulta muy parcial en la elección y a menudo muy sesgado en el enfoque.
En primer lugar, reducir las causas de las guerras a lo que ha sucedido en un momento determinado —la invasión rusa de Ucrania de febrero de 2022; la matanza de Hamás en Israel de octubre de 2023— resulta analíticamente muy pobre y políticamente muy parcial, al no considerar las raíces históricas y las actuaciones más recientes de los actores en conflicto (expansión de la OTAN hacia la Europa oriental en contra de acuerdos previos; vulneración también de acuerdos y marginación del objetivo reconocido de la autodeterminación palestina, asentamiento ilegales de colonos israelíes en territorios palestinos, etc.). Centrémonos en el conflicto de Oriente Medio.
En segundo lugar, tanto en los análisis incondicionalmente proisraelíes como propalestinos se detecta una voluntad de marginar las razones o argumentos de la parte contraria. Desde las primeras se pone el énfasis en la voluntad de aniquilamiento de Israel por parte del mundo de tradición musulmana, sea árabe o persa, también en sus versiones de gobiernos seculares. Una voluntad repetida que no se puede negar. Desde las segundas, el énfasis se pone en el incumplimiento del derecho internacional y de derechos humanos (Convenio de Ginebra de 1949, Estatuto de los Refugiados de 1951, resoluciones de Naciones Unidas, etc.), así como en el incumplimiento de acuerdos políticos previos —se calcula que actualmente residen ilegalmente unos 700.000 israelíes (de momento) en territorios palestinos—. Cuando los radicales de ambos bandos esgrimen que el objetivo es ocupar el territorio "del río hasta el mar", queda claro que mientras manden estos sectores, como ahora, el conflicto no podrá sino permanecer y aumentar. Cualquier acuerdo debería incluir un reconocimiento mutuo y una legitimidad mutua de ambas partes.
Creo que estamos ante un conflicto sin una solución práctica que sea estable a medio plazo
En tercer lugar, algún tipo de argumentación ha quedado obsoleta tras la actuación israelí contra Gaza y el Líbano, como la "defensa de la democracia". Los muertos israelíes del 7 de octubre se han multiplicado por 180 del lado palestino —42.000 muertos directos (de momento) y 186.000 (de momento) calculados incluyendo las muertes indirectas por inanición, insalubridad, enfermedades y déficits sanitarios, etc. (The Lancet, 2024)—. Se calcula que permanecen unos 10.000 cuerpos (de momento) bajo los escombros de Gaza. La desproporción de la respuesta israelí transforma a Israel de valedor de la democracia y la modernidad a valedor del militarismo y la barbarie. La acusación de genocidio se cierne hoy sobre Israel (Corte Internacional de Justicia, a iniciativa de Sudáfrica).
En cuarto lugar, la pretendida solución de los "dos Estados", se ha ido convirtiendo en una postura retórica. Nadie de los principales actores implicados se lo toma seriamente. Pasaría por el reconocimiento mutuo, pero también por la revisión de las colonizaciones territoriales en Cisjordania —500 muertos palestinos (de momento)—, los refugiados (unos seis millones, según la ONU/UNRWA), la reconstrucción de Gaza, los desplazados (90% solo en Gaza), y el derecho de autodeterminación de los palestinos (con la dificultad interna añadida de la deslegitimación de la actual Autoridad Palestina). Sin embargo, los Acuerdos de Oslo se han vulnerado hasta tal punto que han convertido la solución de los dos Estados en irreal en términos prácticos, en una especie de fuego artificial de palabras para que los actores occidentales no alineados incondicionalmente con Israel hagan ver que tienen algo que decir y puedan, aparentemente, salir del paso.
Finalmente (este artículo podría ser muy largo), el papel de Estados Unidos y de la Unión Europea. Lejos de ocupar el puesto de brazo ejecutor de resoluciones de las Naciones Unidas que Estados Unidos jugaron en la primera guerra del Golfo —una especie de policía internacional ante la invasión de Kuwait por parte del Iraq de Sadam Huseín—, ahora juegan el papel de aliado incondicional de Israel, es decir, son un actor vinculado solo a una de las partes y a sus propios intereses en relación con Irán y el resto de la región. EE.UU. e Irán con sus aliados regionales son un estorbo para la paz. Situación que no variará tanto si gana Harris como si gana Trump en las próximas elecciones presidenciales (a diferencia de lo que es previsible que ocurra en relación con la guerra de Ucrania: continuidad con Harris; extinción de la guerra con Trump). Evaluar si esta posible extinción de la guerra sería positiva lo dejo a juicio del lector (y quizás para otro artículo).
¿Y la Unión Europea? Bascula entre la irrelevancia, la impotencia y el ridículo. Cuando hablan las armas resulta paralizante no contar con un ejército propio. Se da un claro contraste entre la postura de las instituciones de la UE, muy inclinadas hacia Israel, y las de buena parte de la ciudadanía europea (¿mayoría?), más favorable a la causa palestina (no a la causa de Hamás, naturalmente).
Incluso en matemáticas hay problemas que no tienen solución. Y el mundo humano es mucho más complejo que las matemáticas. Decir, como a veces se dice, que todo es solo una "cuestión de voluntad política", es una postura falaz. No, no es tan sencillo. En términos de historia de la filosofía, es lo que viene a decirle Hegel a Kant: cuando la filosofía política se convierte en un sermón moralista, abandona el terreno de la lucidez en la comprensión de los conflictos humanos y su posible superación. Francamente, creo que estamos ante un conflicto sin una solución práctica que sea estable a medio plazo. Demasiada historia, demasiada demografía y poca geografía. Además de también demasiado peso de las ideologías religiosas actuando en el conflicto. El problema se podría gestionar más o menos sensatamente, pero no creo que exista una solución estable.
Las guerras, como decíamos, suponen un rasgo muy característico de las colectividades humanas. Ahora llega la inteligencia artificial y sus aplicaciones, también en el terreno bélico: identificación de objetivos con datos incompletos, decisiones automatizadas, armas autónomas, con probables consecuencias no previstas y una dilución todavía mayor de responsabilidades. Ambivalencias de los cambios tecnológicos. El futuro quizás contemplará una nueva versión de las ambivalencias asociadas a los cambios tecnológicos y del comportamiento humano. El futuro siempre resulta incierto. Para bien y para mal.