Referente, innovador, pionero, maestro de periodistas, renovador de la lengua, ejemplo de creatividad y de credibilidad... Todo esto y algunas cosas más se las han dicho este lunes a Joaquim Maria Puyal i Ortiga durante la entrega de la medalla al mérito deportivo que le ha otorgado el ayuntamiento de Barcelona.
¿Se acuerda, verdad, del señor Puyal? Como se ha dicho hoy en el acto "muchas generaciones se han acercado al fútbol a través de su voz". Muchas otras descubrieron que en la TV se puede ir a hablar sin gritar, sin llevar tatuajes y sin manifestar unas formas que invitan a pensar que has vulnerado todos los artículos del código penal.
Pero no, hoy no hablaré del señor Puyal. Y mucho menos de Quim. Porque a Quim, que es una persona diferente al señor Puyal, no le gusta que hablen de él. Aunque Sergi Pàmies, que ha hecho la glosa del galardonado, ha planteado esta misma cuestión y la ha resuelto con uno: "Pues si no querías que habláramos de ti, no haber aceptado la medalla", que sería una adaptación literaria del "quien no quiera polvo...".
¿Ah perdón, que no me he explicado mucho con eso de distinguir a Quim Puyal y el señor Puyal? Bien, cuando a Quim le cayó encima aquello de la popularidad, en su caso estratosférica, decidió convertirse en el señor Puyal. De tal manera que el señor Puyal era un personaje público que salía por TV, pero del cual nadie sabía ni sabe muchas cosas. Y después estaba Quim, una persona que iba poniendo cortafuegos a su vida para protegerse del señor Puyal. O sea, un ejemplo de libro de aquello tan catalán de la discreción extrema. Bien, pero le había dicho que no hablaría del personaje como tal y no lo haré. De hecho hablaré del irse. Del saber irse. Sin hacer ruido.
Después de 50 años transmitiendo partidos de fútbol y de unos cuantos más haciendo muchos otros trabajos radiofónicos, es muy difícil irse. Sobre todo cuándo tu trabajo es tu pasión y es lo que te ha permitido ser el y lo que eres. Cuando se fue lo dijo: "lo hago ahora que todavía estoy bien y fruto de una decisión muy meditada para que no tenga que irme cuando ya no esté tan bien y que alguien me lo tenga que decir mientras me da unas palmaditas en la espalda llenas de compasión".
Es tan importante saber cuándo te tienes que marchar. Sobre todo porque hacerlo es muy doloroso. Después de 50 años sin ni un solo fin de semana de fiesta, llega el primer sábado de libertad y no tienes pulmones para tanto aire como quieres aspirar. El problema es que al cabo de cinco minutos llega el "¿y ahora qué?". Y en eso está Quim. Lo ha dicho entre líneas en su discurso.
Quim sabe que el señor Puyal ya no tiene espacio en el mundo mediático en el que vivimos. Y eso a Quim le sabe mal. O mejor dicho, le incomoda. Pero no por él, sino por la profesión en general. Y eso lo sabemos porque el discurso de agradecimiento de la medalla lo ha escrito y lo ha leído Quim, no el señor Puyal. Y Quim, en el fondo, querría que el tiempo se hubiera detenido en aquella época en que transmitía por la radio combates de boxeo en el desaparecido Price. Mucho antes del nacimiento del señor Puyal.
Pero Quim sabe que eso es imposible. Por eso se fue. Por eso decidió él el momento de irse. Con discreción. Sin ruido. Sin que hablaran mucho de él. Como esta pieza, en la cual no he hablado de él.