Vaya por Dios (y la Virgen), la vida nos ha dado la oportunidad de sentir lo mismo que sintieron nuestros bisabuelos cuando un buen día llegó a su pueblo una máquina de hierro que sacaba humo llamada tren y una fábrica. Aquel mundo cambió -del todo- como ahora está cambiando el nuestro. Y tiene tantas mutaciones y tan rápidas que no tenemos tiempo de adaptarnos. Mucha gente empieza a tener problemas para seguir el ritmo, para entender según qué y para encajar en situaciones que son irreversibles.

Hace un par de semanas coincidió la desaparición de la Blackberry, la de las cabinas telefónicas (se ve que todavía quedaban) y la de las gomas Milan. La última, al final fue matizada por el fabricante y sólo se refería a las de color verde y, parece que, definitivamente, estas tampoco. Pero claro, ¿quién quiere gomas de borrar en una sociedad donde todo el mundo escribe con un teclado, verdad? De la misma manera, que, ¿quien necesita llamar desde un teléfono fijo en un mundo donde ya nacemos con un móvil adherido a nuestra mano? Es como cuando desaparecían las tiendas de música, que primero habían sido de discos y después de CD, y todos mirávamos youtube y oíamos spotify.

Todo va muy acelerado. Tanto, que no tenemos tiempo ni de tener nostalgia porque el día a día nos pasa por encima. Nuestro mundo y, sobre todo, nuestro paisaje vital está desapareciendo de nuestras vidas a una velocidad tal que ni nos damos cuenta. Son las cabinas telefónicas, sí, pero también los quioscos. Pero, ¿como no quiere que los cierren si ahora usted sale a pasear el domingo por la mañana y si observa a su alrededor, por la calle nadie lleva un diario de papel bajo el brazo? Las noticias en papel habían muerto y la pandemia las ha enterrado, pero es que a los diarios de papel les queda de vida lo que le queda de vida al pequeño porcentaje de generación que no se resigna a abandonar poder ensuciarse los dedos con la tinta.

Es la parábola de la caja de ahorros. No hace tanto lo chollo de tu vida era, o bien trabajar en una caja, porque era un buen trabajo y para siempre, o bien tener un local y alquilarlo a una caja, porque quería decir que tenías un buen inquilino para siempre. En un mundo donde en cuatro días desaparecieron las grandes cajas y ahora quedan tres o cuatro testimoniales, el local te quedó vacío porque cerró la oficina y desde entonces ha sido una tienda de yogures y helados, una de cigarrillos electrónicos, una de tinta de impresora, una de productos a granel, una de carcasas, una lavandería y un establecimiento de empanadas. Y si trabajabas en una caja, lo más probable es que te hayan jubilado antes de la mayoría de edad.

Y esto de las cajas, ahora bancos, es mucho más grave de lo que parece. Diría que dramático. Ahora nos hacen operar digitalmente y pagar con tarjeta. Por lo tanto, los llamados cajeros "automáticos" pronto también serán un recuerdo. Pero, ¿y las personas mayores que no se aclaran con las app? Pues a hacer cola, de pie y en la calle, como si fueran proscritos y soportando un mal humor intolerable de los trabajadores que todavía quedan a los bancos. Y veremos cuanto le queda de vida al dinero, porque pinta que pronto serán otro recuerdo. Sucede igual con los trámites de la administración. La mayoría son telemáticos y si vas a los sitios para que te atienda un ser humano a quien explicarle que no hay ninguna casilla donde introducir tu problema o porque no tienes firma digital, cola en medio de la calle. Sea invierno o verano. Ah, y una cosa de la que quiero hablar un día con más calma, la cita previa. La puta cita previa o la manera que tienen de sacarse a la gente de encima.

Total, que un servidor planteó ayer, como un juego, una pregunta en twitter: ¿Qué desaparecerá antes, los quioscos o los cajeros automáticos? Muchas gracias a las 208 personas que tuvieron el humor de votar y que han decidido este resultado:

Y ya podemos preparar los pañuelos para decir adiós a estas dos cosas y a nuestro mundo, tal como lo conocemos ahora, en general.