Sucederá como cuando adelantan o retrasan la hora. Este sábado a las veintidós horas serán las cero horas del domingo. O sea, a las 10 de la noche todo el mundo en casa en aplicación del toque de queda y a las 12 de la noche todos a la calle en estampida para celebrar que se ha acabado el toque de queda. La pregunta hasta hoy era: ¿para hacer qué si no habrá nada abierto? Pero ahora ya tenemos excusa: iremos a mirar si nos cae encima o no el Larga Marcha 5B, este cohete chino que el jueves pasado envió al espacio el módulo central de la nueva estación espacial, que falló como una escopeta de caña, y que ahora vaga por el espacio totalmente descontrolado. Que también tiene guasa que se llame larga marcha una cosa que da vueltas sin saber dónde va.
Miles de policías preveían vigilarnos para que no practicáramos indiscriminadamente botellón y ahora resulta que lo que tendrán que hacer es llamar a urgencias de los fisios para que vengan a solucionarnos el dolor de cogote que nos provocará estar todo el rato mirando hacia arriba. Concretamente en busca de algún indicio que nos haga sospechar si la cosa espacial nos caerá en nuestra cabeza o en la de nuestra suegra.
Hemos cambiado el Estado de Alarma por COVID por un Estado de Alarma por cohete chino en liquidación. Si Donald Trump siguiera pudiendo jugar con su cuenta de twitter, ya tendríamos instalada a la historia mundial del pensamiento abascalesco la frase: "Ahora que salíamos del virus chino, no caerá en la cabeza chatarra, también china". Lo que sucede es que las dos cosas están unidas por una misma metáfora y en el fondo nos hablan del control total que creemos tener sobre las cosas y que es que no. No, no controlamos nada.
Hay una imagen que me fascina y, a la vez, me inquieta mucho. Es la de los cables de telefonía que pululan sin ningún sentido por las fachadas de las casas. Que si fibra ultrarrápida, que si megalínea digital con no-se-cuántos gigas y el bla, bla, bla. Observas aquellos muñones caóticos y piensas: 1/ No entiendo cómo todo esto todavía funciona y 2/ El día que falle uno de estos cables, ¿cómo sabrán cuál es?. Me los miro y me los remiro y no puedo evitar pensar en la provisionalidad y la casualidad. Porque todo aquello funciona por pura casualidad. Es que si no, es imposible. En este caso, la racionalidad no es un valor aplicable. Y si analizamos nuestro alrededor, como decía mi abuela, no pasan más desgracias porque diosnuestroseñordelcielo no quiere.
Y esto, como le decía más arriba, liga con la COVID y el cohete. Nos creemos que todo está bajo control y resulta que una pandemia de la cual no sabíamos nada en enero del año pasado ya ha matado siete millones de personas (según los últimos cálculos) y ha parado el planeta de punta a punta durante un año y medio (de momento). Todo funciona como un reloj hasta que un trozo de chatarra espacial se pasea por encima de nuestras cabezas sin saber ni cuando caerá ni donde. Y cuando un sábado cualquiera de mayo nos permitirán, por fin, salir a la calle a la la hora que queramos, pero con mascarilla, distancia de seguridad y en grupos de no más de seis personas, lo haremos conscientes de que podemos volver a casa contagiados de COVID, que nos puede caer el cielo en medio del cráneo, o que nos puede freír un cortocircuito de cables imposibles. Pero la mente humana es sensacional y en vez de pensar en eso, pensaremos en cuál será el primer restaurante al que iremos a cenar el próximo lunes. Si la tortícolis nos lo permite, no ha explotado el sistema telefónico y podemos llamar para reservar.
Le llaman instinto de supervivencia.