Suben todos los indicadores de contagio del virus. Y hace días se plantea pedir el pasaporte COVID para poder acceder a según qué lugares. Esto ha provocado que los antivacunas radicales hayan estallado en cólera y aumenten su ya habitual tono violento. Básicamente insultos y amenazas. De estas últimas destaca la del sábado a Jordi Basté en Twitter.
La eminencia que excretó la cosa borró el tuit al cabo de un rato. Imagino que alguien que se lo aprecia y tiene alguna neurona más que él lo avisó de que amenazar de muerte a la gente es feo pero, sobre todo, es delito. Hizo unos cuantos tuits de justificación con aquellos argumentos de quien defiende que la Tierra es plana y a los cuales, naturalmente, no vale la pena ni dedicar una milésima de segundo. Sólo faltaría.
Justo el día en que Austria anuncia el confinamiento de la población no vacunada del país, cosa que aquí no se plantea, me ha venido en la cabeza una frase: "Nunca me habían insultado y amenazado tanto. Mira que he opinado sobre cuestiones que provocan polémica, pero nunca había recibido tantos correos electrónicos llamándome de todo y deseándome las cosas más salvajes". Me lo dijo una persona que de vez en cuando aparece en algún medio de comunicación y que un día defendió implantar el pasaporte COVID con una argumentación jurídica, humana y de defensa de los derechos civiles y del estado de derecho impecables.
Servidor de usted cree que no es muy difícil entenderlo, porque es de primero de convivencia que los derechos de la comunidad están por encima de los individuales y el derecho de una persona a no vacunarse nunca será superior al derecho a la vida y al derecho a la salud de la globalidad. Si usted pone en riesgo la vida de una persona, usted tiene la oportunidad de evitar al máximo este riesgo y usted eso no lo quiere entender, usted no puede vivir con el resto de los ciudadanos. Eso no quiere decir que esté obligado a vacunarse sino que se trata de asumir las consecuencias de su decisión, como hacen las personas adultas. Ahora bien, quien decide comportarse como un adolescente, tiene que aceptar que será tratado como tal.
Lo he escrito otras veces, ¿no te quieres vacunar? Perfecto. Pues no puedes trabajar en un hospital, ni en una residencia, ni en lugares donde hay personas que tienen un alto riesgo de infectarse, ni en trabajos de cara al público. Ni tampoco puedes entrar en recintos deportivos, ni en centros comerciales, ni en restaurantes, ni en ningún tipo de establecimientos donde pongas en riesgo la salud de otras personas invocando tu libertad.
El problema es que quien no quiere entender esto, que es una cosita muuuy sencilla cuando tienes claro cómo funciona la convivencia, intenta esconder su inadaptación social con argumentos conspirativos y, lo que es más terrible, se pone una bata de investigador para explicarle a la comunidad científica como funcionan los virus y las vacunas. No-sé-cuántos-años estudiando e investigando para que uno que pasaba por allí te explique la cosa. ¡ME-MO-RA-BLE! Y, además, es esta sobredosis de miguelbosismo de quien llama cuñados a los otros. ¡SEN-SA-CI-O-NAL!
Pero vuelvo a Jordi Basté. Esta semana pasada, y rebosante de buena fe, decidió abrir en su programa un consultorio para que las personas que todavía no se ha vacunado dejaran un mensaje de voz con sus dudas y una experta los iría respondiendo y aclarando. Se trataba de animar a estas personas a dar el paso a través de la información. Si no lo ha oído todavía, ya está tardando en bajarse el podcast de El Món a RAC1 del jueves de 9 a 10 para comprobar la realidad con sus propias orejas. Fue, mayoritariamente, desolador. Lo iba oyendo y, menos contadas excepciones, no había por dónde cogerlo. Era el señor (o la señora) anterior a Cromañón lanzándole antorchas a la luna un día de eclipse para asustar al demonio. Ah y, sobre todo, todos muy enfadados, muy crispados, muy tensos y sin ganas de oír ninguna verdad que no fuera la suya, a ver si descubrian que, efectivamente, viven en una cueva.