La desaparición de las cajas de ahorro provocó que un servidor de usted acabara siendo cliente del BBVA. O sea, no fui yo quien llamó a su puerta sino que el hundimiento del sistema me depositó en su seno. Por absorción. La del BBVA de los restos de cinco cajas. Si no me he descontado.
Hace relativamente poco recibí una comunicación del banco en cuestión diciéndome que, debido a que no operaba con esta cuenta, me cobrarían un dinero. Concretamente una cantidad que consideré un insulto. Y una inmoralidad. Por la cifra y por el concepto. ¿Pagar, y no poco, por tener guardado mi dinero? ¿No tendría que cobrar yo unos intereses? No. El mundo ha cambiado tanto que ya no hay cajas de ahorros y tener cuatro ahorros vale dinero.
Total, que pedí hora para intentar encontrar una solución razonable. Sí, porque ahora a los bancos les pides hora, como al dentista. La diferencia es que el dentista usa anestesia. La oferta que recibí fue que llevara una nómina, o varios recibos, o hiciera ingresos periódicamente. Si lo hacía, adiós impuesto revolucionario. "No mire -argumenté- precisamente esta cuenta la tengo para no hacer nada de todo eso". Respuesta: "Pues si no le gusta, ¿ve aquella puerta tan ancha y tan bonita? Pues, ya la puede cruzar en dirección a la calle". Y eso es lo que hice.
Pero primero había que clausurar la cuenta. Y ahora viene la parte auténticamente divertida de la cosa. Resulta que eso no lo puedes hacer por internet. Ni puedes pedir hora. La única opción es pasar por la ventanilla de caja. Y aquello es un mundo por descubrir. ¿Sabe las urgencias de un gran hospital en plena alerta por gripe? Pues es una broma comparado con lo que se vive en la cola de la caja de un banco. Porque en el hospital al menos hay sillas.
Como han cerrado miles de sucursales, miles de clientes que venían de las antiguas cajas, básicamente personas mayores, se han quedado absolutamente fuera de lugar. Muchos no tienen internet, ni teléfonos donde poder bajarse las aplicaciones, ni DNI electrónico, ni quizás tarjeta. Son gente que han pasado de ir a hablar con el señor Josep de la caja del lado de casa, "que es muy buen chico", a tener que entenderse con una máquina que les escupe una letra y un número para ir a hacer cola en un espacio que parece un tanatorio y donde no pueden ni sentarse. Porque hay más cola que sillas. Y allí se pasarán un rato. El de servidor de usted fue de 40 minutos. De reloj.
Compartido, entre otros, con un niño llorando sin descanso, un señor nervioso que caminaba de la pared situada en un extremo a la pared situada en el otro extremo dando pasos pasos muy largos (calculo que recorrió unos 34 kilómetros), una señora hablando por teléfono con un tono de voz tan alto que se podía haber comunicado con su interlocutor a gritos y una señora mayor que todo el rato se quejaba de la espera.
Y para despachar esta fauna variada, cinco mostradores. De los cuales funcionaban dos. Y puede imaginar la alegría que tenían las dos personas que atendían al público y que están allí cada día durante cinco o seis horas.
Mientras me esperaba, tuve el tiempo suficiente para darme cuenta de que yo en aquel lugar sobraba. Que les molestaba. Y que todo aquello estaba pensado para expulsarme como cliente. A mí y al resto de gente que estaba allí haciendo cola. Prefieren hacer de mediadores en el cobro y pago de recibos que guardar los cuatro duros de los clientes. Le llaman modelo de negocio. Y yo, que empiezo a ser un señor mayor, no lo entiendo. Y ya estoy haciendo un agujero en el colchón para guardar los cuatro duros que he podido ahorrar. Como hacían mis abuelos. Porque estamos allí mismo.