Hubo un tiempo que estaba mal visto llorar en público. Sobre todo los hombres. Era signo de debilidad, de flojera, de vulnerabilidad. "Es un nena", era el más amable que te decían. Pero las cosas cambian. Ahora llorar en público es un valor. Llorar humaniza. Es un valor positivo. Llorar sirve para enviar un mensaje de persona "normal", con sentimientos. Y ahora tener sentimientos es positivo.

Y en eso de llorar delante de todo el mundo hay un gremio muy mediático que no se esconde nada. Cada vez que un deportista anuncia su retirada, en un momento u otro tiene que parar de hablar porque se emociona. Quizás porque siguen el ejemplo de un dirigente deportivo que fue uno de los primeros en hacerlo. Pero no porque se fuera sino para quedarse.

Podríamos concluir, pues, que los deportistas que son un gremio dado a la lágrima sin rubor, pero sería un error. Me temo que también se emocionan en otras profesiones, pero el día que te jubilas de la fábrica, de la tienda, de la oficina bancaria, del taller o de la escuela no hay 43 cámaras grabandote.

Pero ahora también lloran en público a los políticos. Los malpensados dirán que son lágrimas de cocodrilo. Que lo hacen porque han visto que da réditos. Y eso son votos. En cambio, los que todavía confían en la bondad humana pensarán que los políticos también son personas y que, por lo tanto, también tienen un corazón que sufre. O quizás en eso también existe una tercera vía y hay un poquito de cada. La equidistancia emocional, con una pizca de posturismo calculado y un poquito de humanidad cierta.

Y así llegamos al momento de hoy en Can Basté (RAC1). Ada Colau, la reelegida alcaldesa de BCN, se ha emocionado en pleno programa. En poco rato, eso que ahora le llaman Las Redes hervían con la noticia. Los "suyos" defendiendo que era consecuencia de la presión de los últimos días, que por un lado u otro tenía que acabar saliendo. Sus detractores calificando el momento de espectáculo para desviar la atención del pacto con Valls. Y el programa A Rojo Vivo (La Sexta) diciendo que Colau no se había emocionado por haber recordado a sus hijos sino por los presuntos incidentes sucedidos el sábado en la Plaza Sant Jaume, con insultos y descalificaciones machistas de la gente a una concejala de los Comunes.

La verdad sólo la sabremos si la propia interesada lo explica, porque sólo ella la sabe. Como tampoco sabremos nunca si Oriol Junqueras se emocionó de verdad o no aquel día en aquella famosa entrevista en el programa de Mònica Terribas (Catalunya Radio). Pero de todo lo dicho, la reflexión que me viene en la cabeza es que cada vez somos más sectarios y más desconfiados. Sectarios porque pensamos que "los nuestros" siempre lloran porque son buenas personas pero "los otros" siempre son unos impostores. Y desconfiados porque tendemos a creernos cada vez menos las cosas.

Desconozco si somos así por culpa nuestra, de la propia condición humana, o nos han convertido, en el primer caso a base de enseñarnos a buscar siempre a un enemigo a quien odiar y en el segundo a base tomarnos el pelo descaradamente. Si fuera de esta manera, entonces si que habría para llorar. Y de verdad.