Los últimos años hemos celebrado la Diada de todas las maneras posibles, incluidas las que todavía ahora no hemos entendido de qué iban ni qué íbamos a hacer. En la lista de las más incomprensibles, la de la onda sonora, la del puntero y la del huevo frito. Y por encima de todas, aquella de la pancarta móvil pasando por encima de la gente como si fuera un bajo palio. Hay días que voy al cruce de Aragó con Passeig de Gràcia, epicentro de la performance, y miro el horizonte a ver si me viene un rayo de inspiración y consigo entender la cosa. Y todavía no.
Fueron Diades ciertamente visuales, que supongo era de lo que se trataba. A unas fuimos con ánimo festivo y convencido. A algunas otras refunfuñando, pero contentos. Y ha habido que, mientras estábamos allí en medio intentando entender qué estábamos haciendo exactamente, recordábamos como en junio habíamos dicho "este año sí que no pienso ir, estoy harto de todos nosotros", en julio "que no, que no, que no iré, pero, ¿cuál dices que es la web para apuntarse?", en agosto "me apunto para que no sea dicho, pero no iré" y en septiembre "al final iré, pero te juro que este es el último año. A mí ya me han visto el pelo suficiente". Hasta que este año hemos tenido que hacer la Diada interior, la que hemos hecho hacia dentro. La introspectiva y sin colorines ni coreografías. La menos visual para las fotos en los medios de papel y digitales y para los vídeos de las teles y de las redes, pero la más útil para reflexionar sobre el futuro de las Diades de manifestación multitudinaria.
Venimos de aquellos 11 de Setembre de la prehistoria marcados por el pasillo de la botifrenda donde cuatro catalanes (muy) cabreados gritaban "botiflers" a todos (y todas) los que iban a hacer la ofrenda floral al monumento a Rafel de Casanoves, que era el nombre que entonces tenía Rafael Casanova. Venimos de las Diades del pasado contemporáneo, el ya citado, cuando unimos el país de norte a sur (y viceversa) y los medios del régimen unionista lo despacharon con aquella displicencia del "sí, lo han conseguido, pero es que estaban muy anchos". Eran aquellas Diades a reventar de gente que cuando había 23.568 manifestantes menos que la anterior, según la Delegación del Gobierno, y en Madrit (concepto) titulaban "El Procés ha muerto, ahora sí que sí, no como la última vez que lo dijimos y al final fue que no". Aquellas Fiestas Nacionales donde quien nunca había participado decía que se sentía excluido y exigía que la cambiaran de fecha porque es que no había derecho. Una idea retratada hace 30 años por Jaume Perich y que hoy ha recordado en Twitter @elgranPerich, la cuenta de recuerdo y homenaje.
Y ahora tenemos delante de nuestras narices las Diades del futuro, las de la postvacuna. ¿Qué tenemos que hacer? ¿Nos seguimos inventando cosas o nos quedamos en casa? ¿Mantenemos la imagen de que somos muchos y estamos muy movilizados o ya no hay que movilizarse porque todo el mundo ya sabe que somos muchos y es más práctico demostrarlo en las urnas que en la calle, aunque con las hostias que se dan los partidos ahora mismo pensemos que les votará su tía la de Sant Jaume de Frontanyà? ¿Esta desintegración de los partidos indepes que provoca que la noticia no sea la gente que va a las manis sino que haya gente que todavía tenga ganas de ir, merece que lo suframos en casa en silencio? ¿Pasamos de las guerras de poder y seguimos haciendo vías y uves para mantener la posición o pasamos de las guerras de poder y nos las miramos desde el sofá de casa?
Mire por dónde, quizás la Covid nos sirve de empujoncito para encontrar la excusa necesaria para definir cómo tienen que ser a partir de ahora los 11 de Setembre 3.0, que no sabemos cómo deben ser, pero seguro que no como eran hasta ahora.