Usted no se puede ni imaginar cómo sigue fascinándome el caso de Jamal Khashoggi. Ya lo sabe, es aquel periodista saudí, colaborador del Washington Post y muy crítico con la dictadura que sufre su país, que una día entró en el consulado de Arabia en Estambul para tramitar unos papeles y del cual nunca más hemos sabido nada.
Primero, los saudíes dijeron que estaba vivo e hicieron que un tipo con su ropa, pero que se parecía a él como un huevo a un boniato, se paseara por delante de unas cámaras de seguridad.
Después, dijeron que quizás sí que allí dentro había pasado alguna cosa. Seguidamente, supimos que había unos audios donde se oía como lo torturaron salvajemente hasta que lo asesinaron y que se habían enviado copias de la grabación a varios líderes mundiales. Eso provocó que los saudíes reconocieran que el periodista quizás estaba un poquito muerto porque se ve que había habido una discusión que no había acabado muy bien. Entonces aparecieron las imágenes del comando ejecutor entrando y saliendo el mismo día del crimen por el control del aeropuerto de Ankara. Al final los saudíes tuvieron que reconocer que sí, que lo habían asesinado y descuartizado con el material que también hemos visto que los asesinos llevaban en las maletas que pasaron por los escáneres del aeropuerto.
Y así llegamos donde estamos ahora mismo, cuando el fiscal general de Arabia Saudí, Saud al Moyeb, ha anunciado que solicitará la pena de muerte para los cinco individuos que han confesado haber participado en el asesinato. Bien, que ha anunciado eso y que seguidamente ha asegurado que el príncipe heredero, Mohamed bin Salman, no sabe nada del crimen y que se enteró "a través de unos informes falsos" que le presentaron los agentes y "a través de los medios de comunicación". Un nuevo ejemplo del "me enteré por la prensa". ¡Ooooolé tus güebos, nene!.
Ah por cierto, según la versión oficial, la orden de matar al periodista fue una iniciativa del jefe de la delegación enviada a Turquía que, curiosamente, ni se sabe cómo se llama ni quién lo envió allí. Vaya, como los piolines del 1-O, que cargaron contra la gente por una orden que nadie sabe de donde salió porque había un mando que, a pesar de dar órdenes, nadie sabe quién era ni dónde estaba.
Teniendo en cuenta de qué régimen estamos hablando, puede ser que los cinco cabezas de turco (la expresión también tiene su qué en este caso), efectivamente sean ejecutados para evitar que hablen. Pero también puede suceder que lo hagan ver para intentar cerrar el caso.
Al final, el Estado siempre gana. Y más un estado tan rico como sátrapa y donde tantos países europeamente democráticos tienen tantos intereses. Tú ordenas a los miembros de tus cloacas asesinar a un opositor y si la cosa no sale bien, los haces desaparecer. Todo para salvar la razón de estado. Es como Lee Harvey Oswald y Jack Ruby en el caso Kennedy o la versión garbancera y más humilde de Anacleto Villarejo, el hombre que lo grababa todo.
La cloaca es útil para evacuar los detritus hasta que deja de serlo y entonces se destruye para que toda la mierda baje por otra cloaca. Y así sucesivamente.
Y como el Estado siempre gana, pero en el siglo XXI se acaba sabiendo todo, también algún día descubriremos por qué Turquía, otro país de sátrapas, tiene tanto de interés en aclarar este caso y por qué se está comportando como si fuera una democracia transparente que lucha para descubrir la verdad y hacer justicia.