¿Usted ha oído muchas condenas en la opinión publicada internacional por el caso de la tenista china Peng Shuai? ¿Aparte de algunos tenistas a nivel individual o algún deportista de élite como Gerard Piqué, usted ha observado un gran movimiento de solidaridad, queja o condena de organismos deportivos, organizaciones internacionales o países con peso en el panorama mundial después de que la jugadora denunciara haber sido violada por el exvicepresidente de su país Zhang Gaoli? Pues mire, no. Medio planeta se ha escandalizado con el caso, pero en voz baja y no ha pasado nada. Bien, sí, ha pasado que no ha pasado nada. Como acostumbra a suceder cuando quien comete el abuso tiene poder. Sea el gobierno chino o la Iglesia cristiana católica. Por ejemplo.
Peng Shui, que llegó a ser número 1 a la lista de las jugadoras de dobles, escribió a principios del pasado noviembre en la red social Weibo un mensaje explicando qué le había sucedido tres años antes: "Aquella tarde tuve mucho miedo. No esperaba que fuera así. No accedí a tener sexo contigo y seguí llorando aquella tarde. ¿Por qué tuviste que volver conmigo, llevarme a casa para obligarme a tener relaciones contigo? Me siento como un cadáver errante". A las pocas horas, el mensaje y ella desaparecieron. Semanas después el aparato de propaganda del régimen chino distribuyó unas imágenes de reaparición de la chica en la que se la veía en una especie de reunión de amigos charlando en una actitud distendida y haciendo una vida aparentemente normal. Como si no hubiera sucedido nada. Era la manera de decirle al mundo que estaba viva y que todo era maravilloso. Porque en China todo es maravilloso.
Y ahora, tres meses después, hemos tenido un nuevo capítulo del caso con la entrevista que le ha hecho el diario francés L'Équipe con dos condiciones: que fuera en chino y se publicara en las redes sin posibilidad de poder hacer comentarios. No poder opinar, una marca de la casa. Y en esta primera aparición en un medio "occidental" Peng dice que todo fue "un malentendido", pide que dejen de "tergiversar" su caso, que "nunca dije que nadie me hubiera sometido a ningún tipo de agresión sexual", que el mensaje lo borró ella "porque quiso" (sin explicar por qué lo había publicado), que no desapareció sino que "mucha gente, amigos y gente del COI, me enviaron mensajes y fue del todo imposible responderles a todos" y que este sábado cenó —precisamente— con el presidente del Comité Olímpico Internacional, Thomas Bach, en la sede de los JJOO de Invierno que se están celebrando estos días y que este la invitó a Lausana. Un detalle muy bonito y muy políticamente correcto para no hacer enfadar a los simpáticos anfitriones que justamente ahora están pagando la fiesta del COI.
Vaya, un mundo idílico que usted y yo sabemos que no es cierto. Y no solo eso sino que imaginamos por lo que pasó ella en el momento de los hechos y qué ha sufrido después de la denuncia. Pero claro ella es una simple tenista como hay muchas en el mundo, con la particularidad de que como está controlada por un régimen poco partidario de los derechos humanos, que no conoce la posibilidad de crítica ni de vista y, por lo tanto, no solo no la practica sino que no la permite, ella no puede denunciar la violación sufrida por un alto cargo del sistema sin sufrir las consecuencias. Y eso le sucede porque China, aparte de ser una dictadura donde se practica la censura por todos los medios posibles, ahora mismo es el país más poderoso del mundo, económicamente hablando. Y esto le permite poder comprarse la impunidad internacional. Si a Peng Shui le hubiera sucedido lo mismo en un pequeño e irrelevante estado sin petróleo, gas, estaño, aluminio, coltán o cualquier otra riqueza natural que cotiza, quizás hubiera tenido más solidaridad de los profesionales de denunciar según qué causas.
Pero era China, y cuando usted y yo supimos la noticia pensamos "ay, ay, ay, pobrecita". Y aquí nos quedamos. Tanto patitiesos, como acojonados, como impactados pensando lo que le podría pasar. Porque es que usted y yo, lamentablemente, no podemos hacer nada para evitar casos como este, aunque nos hagan creer que evitarlos depende de nosotros, que todavía somos más insignificantes que la tenista.