Fascinante. Por como comenzó y de la manera como ha terminado. De momento. Lo que al principio era "mira, otro conductor suicida" y siguió por "el tipo huía porque llevaba un muerto en el asiento del copiloto" y sus correspondientes especulaciones, al final se ha convertido en una historia que a unos cuantos les ha hecho pensar. En la condición humana y las reacciones que podemos llegar a tener ante una situación que nos supera.
Autopista AP7 en El Voló dirección Francia. Unos cuantos metros antes de llegar a un control de la Gendarmería, un coche da media vuelta y circula unos cuantos kilómetros dirección Figueres en contra dirección. Deja la vía por la salida 5, continúa por la GI-634 y acaba teniendo un accidente en Jafre. Los Mossos, en alerta ante un grave delito contra la seguridad vial y sin saber qué se encontrarán, llegan al lugar de los hechos. Cuando proceden a detener al conductor, que ha quedado herido leve, se tropiezan con la sorpresa del muerto. Tapado con una manta y el cinturón de seguridad puesto. Todo el mundo se pregunta qué ha sucedido. Y ahora viene cuando el caso da un giro que cuando lo lees te provoca la caída repentina de la mandíbula al suelo. Directamente.
Si me acompaña, pasamos de un conductor suicida que quizás ha asesinado a alguien y huye para que no lo detengan a la sorprendente historia del gallego Raúl Vázquez -el conductor- y de su pareja y copiloto, el suizo Rolf Taubenberger. Y la sabemos gracias a lo que explica el primero y a lo que posteriormente descubre la policía. En el coche hay maletas y un montón de tickets de peaje. La pareja ha estado recorriendo Italia, Francia, el Cantábrico, varias zonas de Catalunya y ahora iban a un lugar aún desconocido. (Ah por cierto, tema aparte... En plena pandemia y con las fronteras -en teoría- selladas, dos personas, una de las cuales estaba muerta, han circulado sin ningún problema en coche por al menos tres países europeos. Confinamiento comarcal extremo, le llaman).
Resulta que Rolf, de 88 años, sufría Alzhéimer en estado terminal y la pareja había decidido hacer un último viaje juntos. En algún momento de hace unas tres semanas Rolf murió y Raúl decidió seguir la ruta. Juntos. Hasta el final. A su lado. Vaya usted a saber si cuando se sintió descubierto decidió emprender una huida a ninguna parte que tendría como final un accidente que no salió como él esperaba. El final que no pudo ser.
¿Un loco o alguien bloqueado por una realidad que se negó a asumir? Cuando quien para ti lo es todo desaparece y no quieres aceptarlo, ¿qué mecanismos pueden llegar a entrar en funcionamiento para llegar a decidir que aquello no ha sucedido y que el último viaje continuará eternamente? El cerebro es una maquinaria demasiado compleja para poder ser entendida por la mente humana. Y lo sabe Mònica Cunill, doctora en psicología, investigadora de la Universidad de Girona y experta en duelo. Lo ha explicado este mediodía en can Marta Romagosa (Catalunya al dia-Catalunya Informació).
Se conoce como "momificación" y es una especie de anestesia emocional que nos provocamos cuando no podemos dar una respuesta a la realidad y la negamos. A un nivel no tan perturbador como el de este caso, sucede con algunos padres que pierden a un hijo y dejan su habitación tal cual durante años. A punto de ser usada por si algún día volviera y sabiendo que eso no pasará. Nunca. Aquella esperanza a la que te agarras porque te empuja la desesperación, el dolor y el vacío. Te creas una ficción imposible para superar la triste realidad. Un autoengaño que te permite seguir (mal)viviendo una vida que para ti ya no tiene ningún sentido.
La gran duda es saber si el cerebro toma la decisión de una manera autónoma para protegernos del dolor o somos nosotros que, inconscientemente, le enviamos el orden. Fascinante. Y para reflexionar mientras no podemos evitar compartir la pena de Raúl y pensar en cómo será su futuro. Si es que consigue tener uno.