El teatro catalán y mundial perdió a un gran actor, pero hemos ganado a alguien que nos ha trufado la crónica político-judicial de momentos memorables que mezclan desvergüenza, sordidez y picaresca. Cuando esta tarde he visto a Fèlix Millet entrar a prisión no he podido evitar recordar algunas de las situaciones más SEN-SA-CI-O-NA-LES que este personaje nos ha ofrecido los últimos años.

Millet aprovechó su estatus social para engañar a un montón de gente que quería aparentar o entrar en un mundo al cual no pertenecía por derecho de sangre. Él tenía la llave de acceso a la burguesía barcelonesa y la usó, convirtiéndose en una mezcla de Lazarillo de Tormes, Tío Gilito y Dioni que tenía el único objetivo de ganar dinero y más dinero.

Y así fue como pensó la maravillosa estafa a su consuegro.En la boda de su hija, Millet consiguió organizar el convite en la platea de "su" Palau de la Música. Sin pagar un céntimo, claro. Pero le cobró al futuro consuegro la mitad del "alquiler" de la sala. Brillante.

O aquella otra poco conocida de cuando cambió las butacas del Palau. Mucha gente estuvo dispuesta a pagar lo que fuera para llevarse una a casa como recuerdo y se acabaron pronto. Pero Millet había visto el negocio. ¿Qué hizo? Ir al Palau de la Música de Valencia y comprarles un montón de butacas que tenían abandonadas en un almacén. Las revendió como asientos originales del Palau de la Música, que lo eran, pero, claro, no del de BCN.

Y la no menos oportuna situación del 26 de febrero del 2014, día que tenía que ir a declarar por el caso del hotel del Palau. Justo cuando se levantó de la cama para ir al lavabo tropezó con la alfombra y se cayó. Trece días estuvo aplazada su declaración. Aquel fue el inicio de los momentos de mala salud de hierro que nos han regalado otros grandes momentos como su gran frase "voy muy medicao" o los paseos en silla de ruedas arriba y abajo la Ciutat de la Justícia durante el juicio por el Caso Palau.

Pero la anécdota que retrata mejor al personaje es de su primera estancia a la prisión de Brians 2, donde fue a parar condenado por el ya mencionado caso del hotel del Palau. Millet se compró un televisor en el economato del centro penitenciario por 150 euros de noviembre del 2015. Son unos aparatos muy sencillos que no tienen ni carcasa posterior para evitar que se escondan objetos y que fuera de allí no tienen mucha utilidad. Una regla no escrita dice que cuando el recluso sale en libertad, lo deja a los compañeros internos que no pueden pagar uno y así lo usan. Todavía hoy tengo clavada en la retina la imagen de Millet saliendo por la puerta de la prisión... ¡¡¡cargando la TV bajo el brazo!!! ¡¡¡IN-SU-PE-RA-BLE!!!

Nuestro hombre ahora vuelve a estar encarcelado. Veremos cuánto tiempo y si tiene alguna preparada. Mientras, servidor de usted seguirá dándole vueltas a la idea de que para que exista un Millet, tiene que haber alguien que lo alimente. Dicho de otra manera, para que Millet pudiera hacer todo lo que hizo, necesitó la colaboración de mucha otra gente que se benefició de sus tejemanejes. Y que hoy dormirán en casa.

Y no es ninguna disculpa, pero para poder hacer la famoso timo de la estampita hace falta que alguien tenga bastante codicia como para intentar engañar a alguien que se hace pasar por tonto y que finalmente es el listo.