La ley de la vida dice que nuestra relación con la muerte normalmente empieza con la de nuestros abuelos y la de los abuelos de nuestros amiguitos de la escuela. Continúa con la muerte del padre o la madre de algún amigo, la de familiares más o menos directos y evoluciona hasta que empiezan a morirse amigos tuyos. Este es la señal que indica que ya tienes una edad. Y en esta temporada de desbandada general que llevamos, donde disparan por todas partes y cada vez más cerca, ahora va y se nos muere Fer. Como dijo Pepe Rubianes en el entierro de su padre, con aquel gesto tan suyo de reír poniéndose la mano delante de la boca: "Nene, ahora ya estoy en la pole position". Pues cada día estamos más así, sí.
29 de noviembre del 2014. Fer había sido ingresado grave tirando a gravísimo. Tanto que mucha gente había ido al hospital a despedirse, cuando se le pudo visitar. Cuando servidor de usted quiso ir, ya le habían dado el alta. Pensé que era una decisión de los médicos para dejarlo tranquilo y que muriera en su casa. La que creía que era mi visita-despedida para siempre fue en su refugio del barrio del Maresme de BCN. Llovía mucho y fui con una amiga común. Llego y allí estaba él dibujando. "Si dibuja no puede estar muy jodido", pensé. Al lado de los lápices, los pinceles, las acuarelas, el recipiente con el agua, el cenicero lleno y el vasito con el Knockando. "¡Hòstia!, ¿tú eras el que estabas muriéndote? ¿Y aquí con güisqui y tabaco?". "Tengo mucho dolor en la espalda. Mucho. No me puedo ni mover. Es horroroso". Pensé que era efecto de la enfermedad, una metástasis general, yo qué se. Y... no. "¡Nada, que estaba allí en el hospital, salí de la habitación a dar un paseo -seguro que a fumar a escondidas- y en la sala de espera calculé mal la distancia con el banco, me dejé caer y me metí una leche! Creía que me había roto la columna". Y de la enfermedad, no dijo nada. De nada.
Aprovechando que al final no era un despedida, estuvimos mucho rato charlando. Mientras, él iba poniendo color al chiste del día siguiente. Con aquella meticulosidad tan suya. "Yo no tengo ni idea de dibujar y hago unos muñecos horrorosos, pero de poner color se porque me enseñó Gin", decía siempre. Gin, el gran dibujante y pintor Jordi Ginés, gran amigo de Fer, padre profesional suyo y del cual el próximo año ya hará 25 años que murió. Estuvimos allí hasta que lo notamos cansado y decidimos marcharnos. En un barrio sin aparcamiento, el coche sólo podía dejarse en el cercano centro comercial Diagonal Mar. Sótano menos cuatro. Y lo fuimos a buscar. Y lloviendo todavía más.
Entramos y aquello era un caos total y absoluto. Decenas de personas hacían cola en las máquinas de validar el ticket y centenares caminaban desorientadas. En la planta donde estava el coche había una humareda espesa fruto de los escapes de los motores de los coches que ya hacía horas querían salir de allí. La gente huía tosiendo y con pañuelos en la boca, como si aquello fuera una guerra nuclear. ¿Qué estaba sucediendo? Pues que era black friday, quizás el primero que se celebró con el formato que conocemos, y el centro comercial se colapsó. Totalmente. Querían acceder tantos coches que habían bloqueado la salida de los que querían marcharse. Y ni se movían los que estaban en la calle ni los que estaban dentro. Una hora cuarenta minutos después (de reloj) a alguien se le ocurrió abrir una salida alternativa y pudimos escapar del agujero. En el exterior había varios camiones de bomberos y patrullas de guardia urbana. Se qué día era exactamente porque todavía guardo el ticket que nunca tuve que entregar a la salida. Al día siguiente llamé a Fer para explicarle la aventura. Respuesta: "No hace falta que te inventes desgracias para animarme".
Una de las cosas que le hacía más gracia explicar era una conversación que había tenido hacía tiempo con una gran personalidad del país: ¡Fer! ¡Usted se llama Fer! ¿De dónde le viene eso, de Desperta Ferro? -le preguntó el señor con un cierto tono épico-". "No -le respondió- de Fernández. Me llamo Fernández. Es Fer de Fernández".
Fer era muy sensible y muy puñetero. Y hacía cosas impensables. Un día me encontré este chiste en la página 3 del AVUI:
Lo llamé. "¿No tenías más nombres?". Respuesta: "¿Algún nombre tenía que ponerle a la tienda, no? Y como el tuyo es corto, me cabía...". Días después volvió a las andadas. Y esta vez me regaló el original enmarcado...
Era su manera de agradecer pequeñas cosas que ahora no vienen al caso, pero que para él eran muy importantes. Y para mí el detalle lo fue también.
Pero Fer también eran los famosos chorizos y la cecina de León, su tierra. Los repartía como quien reparte tarjetas de visita. A los habituales y a los últimos de la fila. Cuando conocía a alguien, ese alguien al cabo de cinco minutos ya tenía en sus manos una bolsa llena de chorizos y cecina envasados al vacío. Creo que media Catalunya ha comido en un momento u otro. Siempre le decíamos que el embutido era la excusa para traficar con cocaína. Pero Fer también era aquel hilillo de voz con el que hablaba siempre, que te obligaba a esforzárte mucho para poder oírlo y que iba acompañado de aquella carraspera que le servía para limpiarse la garganta y que era una mezcla de timidez y tabaco. Y eran sus alumnos. Nunca entendí cómo lo podían oír en clase. Sí, porque Fer era profesor de aquello que le llamaban el BUP. Y siempre estuvo muy orgulloso. Y muchos alumnos también de él. Los que lograron oírle.
Y, sobre todo, era Llançà. Su Olivo, Grifeu y Garbet. Y el premio Gat Perich. Al día siguiente de la muerte de Perich dijo "tenemos que organizar un premio de humor en honor a Jaume". Muchos se lo miraron incrédulo, pero lo hizo. Y es que Fer era de aquellos que podría aparecer un día charlando con el Papa, con Obama, o con quien fuera. Sólo él podía conseguir que a un premio lleno de dibujantes, humoristas, periodistas y otra gente de mala vida, vinieran Mariano Rajoy, Alberto Ruiz Gallardón o Jordi Pujol, de entre otros. Eso sí, ninguno de ellos se libraba de la bolsa de plástico con los chorizos y la cecina. Los famosos chorizos y la no menos famosa cecina. Y con este espíritu consiguió que RENFE pusiera un tren directo desde BCN a Llançà, lo llenó de todo tipo de personajes, encontró a suficicientes sponsors como para pagar una megacomida tipo boda de clase media con posibles (y sobre toto com bebida) y el diseño y la ejecución de un premio en forma de gato precioso.
Y así, pasando posteriormente por Premià de Dalt donde se viajó en Rodalies y autocar, y por BCN, con excursión en golondrinas y tranvía, fueron 29 ediciones del Premio Gat Perich, hasta que la crisis económica lo permitió. Ahora estaba empeñado en organizar la trigésima edición: "La haremos en septiembre, seguro". Y la haremos. Ya veremos como y cuando, pero la haremos. Por Perich y ahora también por él. Por Fer. Fer de Fernández. Un hombre menudo, muy delgadito y muy tozudo que era profesor de instituto y que sabía poner color a sus muñecos.