Y allí estaba él. El tuit, quiero decir. ¿Cuál? ¡Hooombre (y muuujer)! Uno que lo tiene todo. Y más. Este:

Ante esta maravilla me ha sucedido como cuando tienes delante de un plato de fricandó, que no sabes para dónde empezar. ¿Qué hago, cojo una seta de carrerilla para apreciar la potencia del plato? ¿Mejor un trocito de carne que se me deshaga en la boca? ¿Mojo pan, ya de entrada, para quedarme con todos los sabores?

El Chiringuito es un espectáculo que habla de fútbol, muy bien ideado y conducido por Josep Pedrerol. El llamado deporte rey dirigido a las masas, y cada vez más la política, se basa en crear antagónicos y alimentarlos con contenidos que afianzan el hooliganismo propio y aumentan el rechazo hacia el otro, que pasa a ser el enemigo a quién odiar. Pedrerol, con muchos años de oficio, tenía un programa perdido, en un canal perdido de la galaxia TDT, a una hora imposible. Y sabía que la única manera de brillar era que hablaran de él. Y lo ha conseguido. Y parar qué hablen de ti tienes que liarla gorda sin descanso. Le llaman "ser polémico". Haciendo ver que se toma muy seriamente lo que está diciendo, envía unos dardos perfectamente diseñados para provocar reacciones y lo mejor es que los suelta sin que se le escape la risa ni nada.

El tuit que nos ocupa está tan bien pensado. ¡Pero tanto! Los mensajes que están enviando al público más adicto del programa, que forma parte de un target muy determinado, son diversos: "fíjate los del Athletic si son malvados que hablan en una lengua extraña para engañar", "normalmente los euskaldunes entre ellos hablan español, pero cuando hay gente de fuera cambian de idioma para confundir, despistar y, sobre todo, molestar", "la gente no habla su lengua porque es la lengua en que se expresan sino para que no los entiendan y así pueden estar todo el día criticando e insultando a los otros", y el más sutil de todos: "¿qué coño hace un negro hablando en euskera?".

Se trata de usar el mismo imaginario, que, en el caso del catalán, genera aquellas reacciones tan clásicas como el tortellet del domingo: "¿Ah, pero al perro le hablais en catalán"? o al principio del doblaje de películas en nuestra lengua aquello del "Es ridiculo que Tarzán hable en catalán". Y lo más interesante es que sigue funcionando, tal como hemos comprobado esta misma semana durante el debate electoral de TVE.

Es este mundo monolingüe que rechaza radicalmente las lenguas de los otros desde una posición supremacista y que se defiende de la propia ignorancia buscando oscuras intenciones ocultas donde existe, sencillamente, el hecho tan natural de expresarte en tu lengua. Y por eso el tuit hace diana. Doble. Estimula los bajos instintos de los propios, que se reafirmarán en su convicción difundiendo el mensaje (¡lo ves, qué gentuza, hablando en euskera!), y también busca generar la perplejidad de los contrarios, que la difundirán precisamente por el efecto opuesto (¡lo ves, qué gentuza, no entienden que hablemos en Euskera!).

Hace años que el fútbol funciona así y es el que lo mantiene vivo. Lo preocupante es que ahora la política usa la misma estrategia. Y aquí los efectos son terribles. Porque los gobiernos deciden sobre nuestras vidas. Y la de los nuestros.