Mi país ha decidido que este martes se para. Por dignidad y por decencia. Y yo formo parte de este país. Y yo pararé. Y pararé como creo que lo tienen que hacer los periodistas que consideran que su trabajo es un servicio público. O sea, explicando qué pasa. Porque si nadie explica la huelga, la huelga no existe. Y de lo que se trata es de que esta acción tenga el máximo de repercusión. Aquí y en el mundo. Y lo haré porque el domingo este país me hizo sentir muy orgulloso de formar parte de él.
Cuando a las 5 y media de la mañana estuve en las puertas de un colegio electoral y a mi lado estaba el señor que me vende el grano, el camarero del restaurante donde ceno cada viernes, la vecina a quien conozco de vista pero con la cual nunca he hablado y decenas de personas a las que no conocía de nada, me sentí muy orgulloso de poder compartir con ellos aquel momento y ser de los suyos.
Cuando vi imágenes de centenares de personas de todas las edades que en cualquier pueblo y ciudad del país eran agredidas y humilladas por defender unas urnas de plástico, sentí que yo estaba a su bando. Incondicionalmente.
Cuando miles de catalanes que no querían votar porque consideraban que el referéndum era una farsa, pero viendo las imágenes de la brutalidad policial decidieron que no podían quedarse en casa, como el autor de este tuit que le adjunto aquí debajo, me reafirmé en la idea de que seremos capaces de crear una sociedad necesariamente plural, pero humanamente sólida.
Esta papeleta estaba en mi urna, en el colegio Rafael de Casanovas de Llefiá.
— Miaue (@miaue) 1 de octubre de 2017
Mirad lo que consiguen vuestras porras #orgull #vergüenza pic.twitter.com/ToAIZc6CKg
Cuando el domingo vi en varios colegios electorales gente muy mayor y con problemas de movilidad yendo a votar. Y como centenares de personas de todas las edades les aplaudían, los dejaban pasar, los ayudaban a caminar bajo la lluvia y de no se sabe dónde aparecían sillas para que se pudieran sentar, pensé que yo con esta gente voy donde haga falta.
Cuando hoy he visto que los hoteleros de Calella han echado a la Guardia Civil y la policía española que se alojaba en sus establecimientos porque preferían perder el dinero que les aportaba su estancia a cambio de poder mirar a la cara a sus conciudadanos, he decidido que no falta mucho tiempo para que vaya a alojarme.
(Por cierto, acotación: me sabe muy mal por los guardias civiles y policías buena gente -que seguro que los hay, como no puede ser de otra manera- que estaban en estos hoteles, pero si comparten establecimiento con compañeros dispuestos a salir de noche a la calle, vestidos de paisano, para ir a pegar a gente pacífica, es que se han equivocado de cuerpo policial y de país. La policía está para proteger a los ciudadanos, no para apalearlos injustificadamente porque tienes que demostrar una autoridad que has perdido y que nunca más recuperarás).
Hemos sido atropellados por unos insensatos armados dirigidos por una pandilla de amorales peligrosos y patológicamente mentirosos y manipuladores que, además, son unos inconscientes y unos inútiles. Inconscientes porque el domingo dilapidaron su credibilidad y porque crearon centenares de miles de indepes. E inútiles por lo que acabo de exponer y porque no pudieron evitar que votáramos y, además, todo el mundo civilizado, a excepción de la prensa de papel subvencionada de Madrid, ha visto un estado robando urnas a mano armada.
Ante eso, nuestra respuesta es la dignidad y la resistencia en mantenerla. Y hacerlo muy unidos.
Empieza nuestro desembarco de Normandía. Ha llegado el momento de conquistar la playa. Y de hacerlo pacíficamente firmes. ¡Seguimos!