Se llamaba Jamal Khashoggi. Era periodista y colaboraba en el Washington Post. Y hablo, lamentablemente, en pasado porque todo apunta a que ha sido asesinado.
Muy crítico con un régimen de Arabia Saudí que a tanta gente ha hecho millonaria, Khashoggi entró en el consulado de este país en Estambul para recoger unos documentos y no se ha sabido nada más de él. El régimen saudí dice que el periodista salió del edificio, pero no ofrece ninguna prueba. El diario turco Sabah afirma que el momento del asesinato fue grabado por Khashoggi con su reloj inteligente y las imágenes habrían sido enviadas al móvil de su compañera, que estaba en el exterior de la sede diplomática.
Como explica Toni Piqué en su cuenta de Twitter (por cierto, una gran fuente para tener mucha información sobre el caso), el Washington Post ha apostado fuerte para aclarar los hechos y, sobre todo, para generar una oleada de reacción internacional:
Pero más allá de los hechos puros y duros, que dan mucho miedo, en el caso hay un trasfondo inquietante.
Un estado autoritario como el de Arabia Saudí, ¿se sabe tan impune como para atreverse a asesinar a un periodista crítico con su régimen en un tercer país sabiendo que no pasará nada? ¿Y está tan seguro de poder asumir las tímidas reacciones que pueda haber que no necesita ni disimular un poquito? ¿Asesina a la vista de todo el mundo y tal día hará un año?
Bien, quizás esta sensación de impunidad tenemos que buscarla en que Arabia Saudí compra armas a muchos de los países que ahora tendrían que reñirla. Por valor de muuuchos millones de dólares. Y entre estos países están los Estados Unidos de un Donald Trump que ya ha dicho con la boca pequeña que están muy enfadados pero que no dejarán de venderles estas bonitas armas porque sería ir en contra de su economía.
Y también hay esta España que está agarrada por donde no suena por la venta de armas, pero sobre todo por el famoso contrato de construcción de cinco corbetas en los astilleros de Navantia, en la bahía de Cádiz, que darán trabajo a 6 mil personas en una zona con graves problemas sociales y económicos. Ah, y todo eso a poco de empezar la campaña de las autonómicas susanísticas. ¿Cualquiera se dispara ahora un tiro político en el pie, verdad?
O sea, Arabia Saudí se sabe impune porque el petróleo le proporciona suficiente dinero como para comprarse toda la impunidad que necesite. Y más. Y el dinero es poder. Y el poder es dinero.
Y en todo caso, ¿por qué un régimen totalitario declarado no tendría que poder hacer como los regímenes totalitarios tuneados? Y, sí, estoy pensando en Putin. ¿Si los agentes rusos van por el mundo envenenando a quien creen conveniente y sin que pase nada, por qué no pueden hacerlo otros estados? ¿Y si también lo hace el Mosad, qué problema hay? ¿Qué pasa, que los unos tienen más derechos que los otros a matar a quien les molesta? ¡No, hombre (y mujer), no! Los estados poderosos tienen la legitimidad de poder hacer lo que quieran sin que los otros estados hagan nada para impedirlo. Más allá de gestos más o menos afectados.
Lo resume y lo explica la frase aquella que dice: "entre bomberos, no nos pisaremos la manguera, verdad?".