Tiene que ser muy triste ser Alfonso Guerra. No haber sido nunca nadie ni nada relevante y creer que lo fuiste y que aún lo eres, es la sordidez del circo donde el león no tiene dientes, el elefante tiene descomposición y el payaso sufre halitosis crónica.

Cuando Alfonso Guerra se creía que era alguien, a veces ponía cara de superioridad moral, juntaba las dos manos por la punta de los dedos dejando las palmas separadas y con un hilillo de voz nos colocaba la mercancía averiada aquella de que él realmente era un tipo sensible que escuchaba Mahler y leía poesía selecta. Pero la realidad era que se tiraba pedos en los ascensores, tenía la discografía de Letícia Sabater (entera) y no pasaba del prospecto de Hemoal.

Alfonso Guerra iba de Chanel a medida y resultó que era unos calzoncillos sucios depositados en un contenedor de ropa usada situado en una calle oscura donde los perros van a mear. En los mítines gritaba que era un "descamisao", que mire, todo el mundo se define de la manera que cree conveniente, pero el problema es que lo decía gritando mucho. Una señal de incivilización. Y de populismo. Sí, porque quien decía ser un intelectual sensible era un populista de manual cuando aquí todavía no se usaba esta palabra ni este concepto.

Alfonso Guerra pudo engañar a un país porque el nivel era el que era. La mejor manera de explicar el fraude es a través del queso. En la España que sólo había probado el "de bola", un día apareció el "caprice des dieux". Y nos gustó mucho. Claro, dónde va a parar. Fue cuando descubrimos el brie. Pero hasta tiempo después no descubrimos que aquello era brie y que, aparte de este, había otras variedades aún más sensacionales. Pues bien, Guerra era el queso de bola de batalla.

Pero además, este Guerra que iba de pensador fue el vicepresidente del GAL, una cosa muy fea. Y muy ilegal. Pero lo peor, si es que puede haber un peor, fue que encargaron el trabajo a unos personajes que se gastaban los fondos reservados en el bingo, en putas y en cubatas de ginebra Lirios hechos con coca-cola de dos litros.

Pues bien, hoy Guerra ha sido entrevistado en Onda Cero, una cosa que está muy bien porque a la gente como él hace falta ayudarla. Y primero ha hablado del president de la Generalitat y de los diputados del Parlament de Catalunya. Naturalmente, para descalificarlos:

 

Y después ha hablado del PSC, también para descalificarlo:

 

El problema es que cuando se te ha pasado el arroz, no te das cuenta de ello y tú crees que estás diciendo cosas interesantes, ingeniosas y provocadoras, pero resulta que no, alguien que te quiere debería decirte que vayas al Imserso y aproveches la oferta "Venga a bailar Los Pajaritos en el hotel Enlalíniasetecientosochentaynuevedemar de Torremolinos". Y que te quedes allí. Pero bien, no nos tenemos que sorprender porque lo que ha hecho Guerra es seguir el camino de otros reputados intelectuales (o más) de su partido y de su generación. Algunos de los cuales incluso se han comprado un tupé de segunda mano para que la neurona tenga compañía.

Quien fue vicepresidente de Felipe, que se tuvo que ir por patas y que ha dejado para la historia la frase "A España no la va a conocer ni la madre que la parió" ha querido provocar. Y lo ha conseguido. Ha provocado, sí, pero penita. Pero no una penita entrañable, de aquella que te dan ganas de abrazar, sino la pena que te provoca ver una rata muerta.