Pues no, este no es un artículo sobre Joan Ollé. Y no lo es porque existe una cosa que le llaman la presunción de inocencia. La cosa va de quien permite este tipo de situaciones, de quién hace la vista gorda, de quien lo justifica y, sobre todo, de las víctimas. Porque dando apoyo a las víctimas y desarmando a los que ven y callan, quizás aislaremos a los abusadores. Algún día.
El mundo está lleno de Joanollés y de Plácidodomingos (no nombres sino conceptos). Y no será la última vez que conozcamos un caso de este tipo. Lamentablemente. Porque va con la condición humana. Y no es justificación sino descripción. La cosa funciona así desde justo después de aquello de la manzana y la serpiente y alguna cosa debe haber ido a mejor para que ahora los casos se acaben denunciando y una parte de la sociedad los condene. El siguiente paso será que pase alguna cosa. Estaría bien.
Suceden a nuestro alrededor. Y demasiadas veces cerramos los ojos. "Todo el mundo lo sabía, pero nadie dijo nada". El silencio cómplice, un clásico. Pero, ¿por qué es así? ¿Miedo al poder? ¿El mítico "no te metas, que saldrás escaldado"?. Y después aquel "a ver, tampoco es tan grave que te toquen el culo", seguido de frases como "bueno, ya sabes cómo es", "no lo hace con malicia" o el "seguro que ella/él lo buscó para ascender". Pasa en el teatro, sí, y también en los grandes almacenes, en la fábrica, en el taller, en el puesto del mercado, en el banco y en la redacción del medio de comunicación. Transversalidad laboral total. Y las empresas mudas. "Alguna cosa había llegado a los responsables, sí, pero no, no hicieron nada". ¿Por qué? Incomprensible. Del todo. En un mundo donde cuando alguien mejora en el trabajo se siente demasiado a menudo un "¿a quien se debe follar esta?". O "este".
Pero un día aparece una víctima. Y, superando haber estado en un agujero de vergüenza, sufrimiento, asco y sentimiento de culpa, decide hablar. Y da nombres. De gente muy respetable. De personas que no sólo nos saludaban amablemente cuando nos las cruzábamos en la pollería sino que eran pilares de esta fantástica sociedad que nos hemos dado entre todos. Y el paso dado por la primera hace que deciden hablar un par o tres de víctimas más. Pero el resto sigue callando. Sí, el resto, una cifra siempre indeterminada porque quien lo hace con cinco es muy probable que lo haya hecho con cincuenta. Pero nunca sabremos toda la verdad. Ni la cantidad.
Y entonces las víctimas tienen que recordar lo que les provoca un terrible dolor. Y hacerlo públicamente. Yendo del cero en mil. Del silencio de unos hechos enterrados bajo metros de crisis personal y que es un peso y una culpa que arrastran en silencio desde hace años, a decidirse a salir a la superficie para que les señalen. Una doble condena. Y aunque ahora una parte de la sociedad sea más comprensiva y consolidaría, las víctimas siempre tendrán que convivir con aquel "seguro que provocaba" y el demoledor "eso se lo ha inventado por despecho". Ah, y las pruebas. "¿Qué pruebas tienes?". La gran pregunta. Es una palabra contra la otra. ¿Cuál tiene más valor ante el tribunal popular de la calle? Y también aquel terreno tan delicado del "me quieren hundir, no lo permitiré y me defenderé". Y al final todo queda diluido en la nada. ¿Cómo ha acabado aquello de Plácido Domingo? Pues cómo estaba cuando sucedía, con un silencio total y absoluto.