A las nueve menos cuarto de la mañana, Esquerra convocaba un encuentro con la prensa. Ha sido en una plaza próxima al Supremo. Estaban el presidente del Parlament, el vicepresidente del Govern, los consellers Jordà y El Homrani, varios diputados del Parlament, los diputados al Congreso y los senadores. En nombre de todos ha hablado Pere Aragonès.
El comentario general entre los presentes era calificar el día de histórico porque por fin podríamos oír la voz de Junqueras después de más de un año. Sobre las reacciones que perciben entre la ciudadanía madrileña en relación al juicio, uno de ellos ha comentado que hay cuatro tipos: 1/ una minoría que querría ver a los acusados en galeras, 2/ una inmensa mayoría que ignora el juicio en general y lo que pase en particular, 3/ otra inmensa mayoría que ignora el juicio, pero con una parte que piensa que los acusados tendrían que ir a galeras y otra que piensa que tendrían que estar en libertad, y 4/ una minoría que sigue con mucho interés el juicio desde el compromiso, sobre todo viejos comunistas.
Una vez acabadas las declaraciones a los diferentes medios, el séquito ha ido hasta un hotel de la Gran Vía. El hotel Catalonia. Buena elección. De camino, nos hemos cruzado con decenas de personas. Ninguna reacción. De nadie. Y en el grupo iban caras conocidas como Joan Tardà o Roger Torrent. Nada. De nada.
Ellos se han quedado en una sala del hotel para seguir la declaración de su líder y un servidor ha ido hacia la Blanquerna, la sede de la Generalitat situada a pocos metros de allí, en la calle de Alcalá. ¿Sabe el lugar aquel donde el año 2013 Josep Sánchez Llibre intentó parar a unos chicos un poquito ultras que no estaban muy de acuerdo con la celebración de la Diada? Pues allí. A la izquierda, dos grandes monitores con el señal del juicio y en frente, el famoso atril que fue apartado a golpes. Mientras me lo miraba, he recordado que los autores de aquella sobredosis de testosterona patria están en la calle a pesar de haber sido condenados a 4 años de prisión. Y he vuelto a girar la vista y por los monitores he visto primero al vicepresident Oriol Junqueras y después al conseller de Interior Quim Forn. Ellos dos y los otros siete acusados que están en la sala cuando acabe el juicio habrán estado un año y medio en prisión provisional. Lo llaman justicia.
A las seis y cuarto han acabado las declaraciones y era momento de hablar con Laura Masvidal, la mujer de Quim Forn, sobre las sensaciones vividas...
Antes, había ido a ver la salida de los furgones con los presos y las presas. La famosa furgoneta que sale por la "puerta de carruajes" hace tres viajes llevándolos desde allí hasta los calabozos de la Audiencia Nacional, que está como a 500 metros y de allí se los llevan a las dos prisiones. Mientras estaba allí, se me ha acercado una señora que hablaba catalán con acento argentino y me ha dicho: "No entiendo cómo es que aquí no hay nadie dando apoyo a los presos. Eso es una gran vulneración de los derechos civiles y la gente tendría que reaccionar".
Pues no, en Madrid la gente no reacciona. Este no es su juicio.