Mañana del doce de octubre. La Sala Segunda del Llarenismo Constitucional sigue, in situ y con manifiesta emoción, el desfile del Día de la Derrota De los Caníbales. Su contribución a la causa hace que ocupen un lugar privilegiado al lado de la presidencia, la zona VIP que se conoce popularmente como la del Sumo Agrado. No es ningún secreto que en la zona de autoridades, pero también entre el pueblo, se espera con una contenida pero turbada expectación la pasada de la famosa Patrulla Águila, heredera de la no menos famosa performance del "Ay, ay, ay, que se la pega". La que también se conoce como "apartenmelafaroladenmedioquemelakomo".

Sí, allí al fondo ya se intuyen las siluetas de los aviones. Han encarado la avenida del "Emeritosivuelvestraecoloniadeldutifri" en ordenada formación. Hace un día brillante y el sol rebota en el fuselaje de los aparatos de manera tal que les da una tonalidad que si no fuera porque los allí presentes son los únicos representados de Dios en la Tierra y de la Tierra en el cielo, se diría que aquello es la aparición del Sumo Hacedor. En persona. Vienen a gran velocidad (los aviones, no el llarenismo), pero ya de lejos se intuye que alguna cosa no funciona correctamente. Efectivamente, uno de los siete integrantes de la Patrulla no suelta la estela con el color correspondiente. La tribuna de autoridades se mira con cara de sorpresa e incredulidad. ¿Es cierto lo que están viendo sus ojos o es un efecto provocado por la potente luz de este día que nos ha regalado el otoño?

"¡No puede ser!", exclama uno de los presentes. "¡¡¡Es morado!!! El humo del primero por la izquierda es morado. Y el de su lado, pse-pse". El resto de asistentes se ponen la mano en el frente a manera de visera para poder confirmarlo. Pero el sol está bajo y les provoca un contraluz imposible de superar. De repente alguien grita: "El monitor, el monitor". "¿Qué monitor, el de spinning que es el amante de mi mujer?", exclama uno de los presentes. "¡No, el de la TV!", aclara otro. Todo el mundo gira la vista hacia el aparato que hay allí al lado y que ofrece en directo las imágenes del acto. Efectivamente, lo que ven confirma las sospechas. Uno de los aviones está dibujando en el cielo la bandera republicana, tal como se puede ver en esta imagen totalmente real y que no ha sido manipulada:

Media tribuna sufre un repentino vahído. El resto se divide entre los que 1/ con manos temblonas, intentan coger el móvil para marcar el número de la realización de TV para que corte la retransmisión y pasen los Teletubbies, con tan mala fortuna que no recuerdan que uno de ellos también es morado, y 2/ los que deciden que hay que hacer alguna cosa.

- ¿Tácito? Necesitamos uno de tus informes. Sí, urgentemente. Tiene que decir que alguien ha subido encima de un avión y lo ha destrozado, provocando la excreción de un humo morado. Haces un cortar-pegar con cualquiera de los que ya tienes hecho. Después llama a quien ya sabes para que te lo afinen y lo enviáis para acá que dictaremos una euroorden de detención contra el humo. Sí, lo acusaremos de rebelión cromática, sedición contra el pantone, alevosía diurna, discriminación del rojo e ir en patinete oyendo reguetón con un puto altavoz. ¡Sí, ya sé que solo con estos dos últimos terribles crímenes ya estaríamos hablando de cadena perpetua, pero tenemos que ir a por ellos, ¡oe! ¡Confiamos en ti! ¡No nos falles!

Mientras esperan que se haga efectivo el operativo, las autoridades manifiestan una intensa hambre. Alimentaria. Claro, entre el inesperado impacto visual y los nervios por organizar la respuesta a este inmenso deshonor, se les ha hecho un agujero en el estómago. Rápidamente, los lacayos disponen una mesa llena de viandas. Ante aquella abundancia sin limite, el llarenismo constitucional no puede evitar exclamar: "¡Me pondré morado!". "¿Morado? Ha dicho morado?", exclama el reto al unísono.

Fue la última vez que se supo nada de él.