Lo dijimos todos. Y todas. Servidor el primero. Cuando estábamos en no-sé-cuál-oleada (porque ya me he perdido), veíamos que en Madrid estaba todo abierto (cosa que pude comprobar con mis propios ojos) y resultaba que las cifras de contagio eran más o menos parecidas a las nuestras, aunque aquí lo teníamos todo cerrado. "¿Qué narices sucede en Madrid?", nos preguntábamos cada día. ¿Nos mienten? ¿Esconden los datos reales de mortandad? Y entonces me estuve toda una mañana mirando cifras oficiales y haciendo números. Y me salieron dos cosas: 1/ De la cabeza, humo y 2/ Y del análisis, que entre el 10 de marzo del 2020 y el 13 de febrero del 2021 la diferencia de muertos entre Madrid y Catalunya fue de un 34,8%. A favor suyo. Mientras aquí había habido un aumento del 43,87% en relación a la media de los años inmediatamente anteriores, allí había sido del 78,67%. Pero, oficialmente, las cifras eran, poco más o menos, las mismas. Y contra eso, poca cosa se puede hacer. Como decía aquel, las cosas no son como son sino como parece que son.
También ayudó, y mucho, que por mucho que lo preguntábamos, nadie nos sabía explicar por qué situaciones diferentes provocaban efectos más o menos parecidos. Todavía hoy no sabemos qué pasó ni por qué. Total, entre que llegaba el buen tiempo (¿lo recuerda, verdad, que por segundo año nos decían que era un virus estacional?) y cada vez había más gente vacunada, nos plantamos en la verbena de Sant Joan. ¿Y qué tuvimos? ¿Que qué tuvimos? Un desastre cósmico con balcones a la plaza del ayuntamiento el día de la Fiesta Mayor y el de la cabalgata de Reyes. Juntos.
Mire oiga, más vale que nunca más hagamos comparaciones entre el Madrid d'Ayuso, donde todo era un despiporre, y nosotros, los que todo lo hacíamos bien porque nos pasábamos de prudentes. Dejémoslo correr. Ya está. Hacemos ver que aquello no sucedió nunca y dediquémonos, de una vez, a no inventar la rueda. O al menos a hacerlo ver. Es muy bueno y muy conveniente que el conseller Argimón reconozca el error de abrirlo todo sin control, sobre todo en un mundo donde nadie asume nunca ninguna culpa, ahora bien aquí alguien ha engañado a alguien. La pifia es tan monumental que es imposible que nadie viera que íbamos directos al barranco. Y la única explicación posible es que alguien no dijo la verdad. O no toda. O se autoengañó cegado por las ganas de vivir en "la nueva normalidad". Y dio malos consejos a quien debía tomar decisiones. Porque pensó que el riesgo que corríamos valía la pena. Por intereses, por buena fe, por ignorancia o por lo que sea, pero el cálculo totalmente equivocado ha estropeado absolutamente el verano que pretendían salvar.
Hemos estado muchos meses teniendo que oírnos que las cosas siempre sucedían por culpa nuestra. Porque no lo hacíamos bien. Y mire, no. Ya basta. Quien ha tomado una decisión y la contraria con una semana de diferencia no hemos sido nosotros. Quien ha dicho A y a continuación Z tampoco hemos sido nosotros. Y ahora llega la segunda temporada de "Toque de queda". Hace una semana no podíamos poner policías en todas las plazas y parques del país y ahora la gente y el virus desaparecerán por arte de magia de parques y playas a las doce y media. ¡Ah caray!
Han hecho la vista con los botellones -una práctica prohibida por muchas ordenanzas municipales-, después resultó que era mejor controlarlo todo en las discotecas pero cuando se contaminó incluso el del guardarropía que todavía estaba en casa con un ERTE, aquello duró un fin de semana. Y ahora, gracias a los macro-festivales, hemos superado -sobradamente- aquel Madrid a quien dábamos lecciones. ¡SEN-SA-CI-O-NAL!