Los que saben de la cuestión y se mueven por la Audiencia Nacional dicen de él que técnicamente es muy bueno, que muchos colegas le consultan dudas porque sabe mucho, que tiene una gran capacidad de trabajo, pero que lo pierden las formas. Pues mire, sí. Del todo. Los abogados y los acusados que tienen los oídos tapados deben estar encantados porque gracias a esta circunstancia se ahorran unos cuantos decibelios, pero los que se los lavan a menudo salen de sus juicios recogiendo los tímpanos del suelo. Y, de paso, también recogen la moral. ¿Hay que gritar tanto? ¿Y hace falta ese tono? ¿Y esa actitud? ¿Es necesaria esa mala educación?
Hoy la abogada Paz Vallés, del bufete Molins y vocal del Grupo de la Abogacía Joven de Barcelona, tuiteaba: "¿A quién no le ha gritado alguna vez un juez? A mi sí, y duele. Los abogados, en la defensa de nuestros clientes, soportamos gritos y humillaciones que no deberíamos tolerar. Yo no acepto en mi vida que nadie me grite ¿Por qué debo aguantar que un juez lo haga? Debería prohibirse”. Y colgaba este vídeo:
La escena recuerda mucho a la vivida este jueves por el abogado Jaume Alonso Cuevillas durante una de las sesiones del juicio por los atentados del 17 de agosto en BCN y Cambrils, el caso que ha llevado al juez a Félix Alfonso Guevara al estrellato mediático y, muy posiblemente, al estrellato de la parodia sangrante. Cuevillas representa a la familia del niño Xavier Martínez, asesinado en la Rambla, y estaba preguntándole a un Mosso que comparecía como testigo por la cantidad de coches que había aparcados en la casa de Alcanar el día de la explosión. Y sucedió eso:
Si realmente Cuevillas estaba utilizando la ironía, es como cuando los alumnos le toman el pelo al profesor y entonces estamos ante un problema de falta de autoridad. Porque la autoridad te la ganas. Y no precisamente tratando así a la gente. Ni a la que transita por los juicios ni al resto de la humanidad.
El gran público se ha sorprendido de esta mala educación extrema que ahora es pública, pero que viene de lejos y que también sucede en privado. El Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) ya propuso castigar al juez Guevara el año 1986 cuando era titular del Juzgado 22 de Madrid por "exceso y abuso de la autoridad ejercida contra sus subordinados". El año 2014, sus chóferes, ya hartos de él, presentaron en torno a 70 quejas porque fumaba en el coche, los obligaba a hacerle servicios de transporte que no tenían nada que ver con su función de juez y, sobre todo, por la manera déspota con la que los trataba.
El CGPJ, nuevamente, lo multó el año 2013 con 600€ por amenazar a un acusado, a quien hizo callar durante un juicio. Al día siguiente del incidente le soltó: "Si yo soy mi escolta, del culatazo que se lleva hoy tiene la cabeza vendá. Pero claro, como aquí nos la cogemos con papel de fumar antes de tocar a nadie... Vamos, si yo llevo ayer arma, ¡un culatazo!".
Durante el juicio por el atentado de ETA en la T4 de Madrid se hizo famoso el momento en que uno de los heridos se giró para mirar a su abogado y Guevara, a gritos y con su ya famoso tono, le dijo: "¡Míreme a mí, que soy la presidencia! ¡Esta es la cara que tienen que ver, no tengo otra!". Repito... ¡A uno de los heridos! Y en una de las vistas por el caso de los llamados Papeles de Bárcenas riñó a un abogado por tratarlo sólo de usted. Cuando el letrado se excusó con un "discúlpeme, excelentísimo señor", la respuesta del juez fue: "Ahora tampoco se pase, con ilustrísima hay suficiente".
La mala educación y el trato despótico a los subordinados dice muy poco de la gente que los practica, demuestra sus carencias afectivas y denota problemas mentales y cognitivos. En el caso que nos ocupa, la pregunta es: ¿por muy bueno que sea un juez técnicamente, la sociedad tiene que soportar que quien representa la ley, valor supremo que nos hemos dado y que mantenemos gracias a los impuestos que pagamos incluso cuando no trabajamos, se comporte repetidamente como un energúmeno? No hace falta que me responda públicamente, no fuera que acabemos recibiendo algo más que gritos.