El excomisario Villarejo ya está en la calle. En noviembre hubiera cumplido cuatro años en prisión provisional sin haber sido juzgado, la ley dice que este es el plazo máximo que puede darse esta situación y han tenido que soltarlo. Siete meses antes de lo que toca, es cierto, pero tocaba. Y ahora se pasea por el mundo luciendo una sobredosis de banderas españolas y con un parche en el ojo, como si fuera un pirata de una película de serie Z. Conociendo el personaje hay quien dice que allí esconde cámaras y micrófonos para grabarlo todo.
El caso es que hoy ha ido a declarar en la Audiencia Nacional y a la salida ha dicho "No iré contra nadie. Sólo me defenderé y los desenmascararé a todos". O sea, ha vuelto a amenazar con tirar de la manta. Ahora bien, aquí la cuestión es si realmente le queda manta. Esta es la partida de póquer. ¿El Estado sabe a ciencia cierta, o sospecha con un cierto fundamento, qué material puede sacar ahora mismo Villarejo? Si fuera muy potente, podría haber una negociación. Silencio del uno a cambio de impunidad judicial y el excomisario se va directo a disfrutar de una jubilación de lujo. Ahora bien, el Estado puede pensar que Villarejo va de farol, que ya no tiene nada más en el cajón y entonces ir a por él. Pero en este caso corre el riesgo de equivocarse. Quedémonos en este supuesto.
Imaginemos que el Estado no cede y Villarejo va a por todas. ¿Con qué? Ni idea. Pero supongamos la cosa más bestia, que ahora mismo no sé cuál puede ser. ¿Usted cree que por mucha mierda que sacara sucedería alguna cosa que realmente tuviera un efecto de catarsis e hiciera temblar el sistema? Lo digo porque de momento, el ahora emérito tuvo que abdicar, sí, pero no pasó nada. Después tuvo que huir en medio del desierto sin dar ninguna explicación y tampoco pasó nada. Seguidamente ha tenido que hacer dos regularizaciones que implican reconocer tener dinero negro. Si lo tenía quiere decir que ha cobrado dinero ilegalmente. Y estamos hablando de cifras con seis ceros. De momento. Y el dinero con que ha pagado estas multas no se sabe de donde ha salido y, además, han hecho la maniobra de tal manera que no tributen ni nadie tenga que dar explicaciones. Y aquí todo continúa igual. Sin que haya sucedido nada.
Ayer, el día en que el excomisario salía a la calle, la fiscal general del Estado -y pareja del juez Garzón, actualmente abogado de varios estrechos colaboradores de Villarejo- se reunía a escondidas y fuera de su despacho oficial con periodistas expertos en moverse por los desagües por donde circula un villarejismo que para salvar su culo ha ido haciendo explotar piulas. Y en todos los casos la respuesta del Estado ha sido blindar al actual rey, hacer salir al sistema político, económico y judicial en tromba a defender lo indefendible y, oiga, la vida ha continuado como si nada. En Madrit (concepto) los restaurantes continúan abiertos día y noche y la gente no ha perdido el hambre. Ni la sed.
A ver si al final resultará que debajo de la manta aparecerán las cosas más feas posibles, la gente se las mirará, se tapará la nariz, girará la cabeza y hasta luego Lucas. A ver si resultará que España es aquel lugar donde no sólo los unos son más iguales que los otros ante la ley sino que a algunos, la sociedad se lo permite todo. Y sin mover un músculo.