La anécdota nos puede. Lo toleramos todo, sin inmutarnos, y al final estallamos por el detalle más pequeño. El vaso no nos rebosa ni siquiera por la caída de la última gota sino porque, de repente, sopla un airecillo lateral, provoca olas y el agua sobresale. Y, sí, efectivamente, hablo de la metáfora de los bocadillos de frankfurt del campo del Barça. La decrepitud del estadio hizo que en las partes superiores de la estructura hubiera nidos de palomas. Y los animales defecaban con aquella eficiencia que quien vive en ciudades con estos animales ha comprobado alguna vez. Y toda aquella mierda hacía una sazón que acababa cayendo en las planchas donde después se hacían los frankurts que, posteriormente, se depositaban dentro de unos panecillos alargados y se vendían en forma de bocadillo a precio de factura de la luz o de litro de gasolina. Y eso ha generado un gran descalabro en la opinión pública y el despertar definitivo a la realidad del club. La gran metáfora según la cual la mierda les caía del cielo encima de las cosas de comer.
Esta hecatombe gastronómica por la vía de la insalubridad ha generado un estado de opinión que no lo había provocado, por ejemplo, que el estadio se cayera a trozos. Una circunstancia que es la demostración más empírica de cómo estaba el club y, además, aplicada a su razón de ser, a su sentido y a su activo más importante como empresa. Si resulta que el lugar donde se juegan los partidos del deporte que da nombre y sentido a la entidad, o sea el fútbol, corre el riesgo de acabar como el antiguo campo del Español en Sarrià, pero sin dinamita, ¡imagínese cómo debia estar el resto!
Los bocadillos de frankfurt con guano y rematados con aquella mostaza o aquel ketchup depositados en unos recipientes de vidrio sin proteger, situados en medio de donde pasaba todo el mundo y que te servías con unas cucharas que tenían más kilómetros que el chocheo de Vargas Llosa ha pasado por delante de todo: 1/ Del Barçagate, la historia de aquella empresa contratada para despotricar de personas, incluidos jugadores del club, y que -presuntamente y según han afirmado varias personas- sirvió para financiar Sociedad Civil Catalana a instancias de miembros del gobierno Rajoy, 2/ De la gestión de fichajes incomprensibles y a precios más incomprensibles todavía, sobre todo porque se tenían que pagar con un dinero que no se tenía, 3/ De las comisiones que unos cuantos se llevaron y muy por encima de los porcentajes habituales, o 4/ De los pagos a periodistas, que algún día nos tendrán que aclarar si eran por servicios prestados profesionales o por servicios prestados en general. Y lo dejo aquí, pero podría continuar.
Y aquí viene la metáfora con folre, la que va encima de la del frankfurt de mierda, y en este caso nunca mejor dicho. Comer un bocadillo con posibles restos de excremento de paloma es muy grave, sí, y tanto, pero debería indignar más el resto. Y sucede con el Barça y con todo. Vamos tragándonos ruedas de molino grandes como la fortuna del Emérito I -toda ella hecha trabajando, por supuesto- y como si fueran caramelos de menta, mientras sólo nos despierta la morralla, los cacahuetes del vermú o la identidad real de Carmen Mola. Nos quedamos enganchados con las patatas y pasamos por alto el entrecot. Nos perdemos con la cucharilla y obviamos el tiramisú. Miramos la forma de la copa y olvidamos mirar si nos sirven laxante. Y así nos va. Ah, y además nos comemos el frankurt aderezado con mierda de paloma.