No es que no me gusten los toros, que tampoco, es que no le encuentro el qué. Y no entiendo como a alguien del primer cuarto del siglo XXI le puede gustar ver este espectáculo conceptualmente antiguo. ¿Conceptualmente antiguo? Sí, es que cuando me hablan de corridas de toros me viene a la cabeza el Negro de Banyoles. ¿Lo recuerda?
Durante años el llamado Negro de Banyoles era la atracción del museo Darder de aquella villa. Se trataba de una figura humana disecada a quien habían vestido de guerrero y a quien le habían puesto una lanza en la mano. Y todo el mundo encontraba normal que en un museo hubiera un señor de raza negra disecado. Hasta que Alfons Arcelín, un médico catalán de origen haitiano, dejó de encontrarlo normal y empezó una campaña para que acabara aquel despropósito.
Nueve años de lucha sirvieron para saber que el Negro de Banyoles había llegado al museo el año 1916 y que se trataba de un guerrero africano, cuyo cuerpo había sido robado el año 1830 de su tumba en Botsuana por unos naturalistas franceses. Nueve años de lucha de Arcelín, con muchos disgustos e incomprensiones, sirvieron para que el 5 de octubre del 2000 los restos del guerrero fueran finalmente enterrados en el parque Tsholofelo de Gaborone, la capital de Botsuana.
Pues bien, para mí el Negro de Banyoles y las corridas de toros son hijos de una misma herencia cultural pasada de moda, antigua y fuera de lugar y de tiempo, como lo sería ir a la plaza del pueblo con los chiquillos a ver una ejecución. Es convertir en espectáculo un tipo de miedo ancestral y primitivo del hombre blanco que necesita un acto público para poder superar a sus fantasmas y sentirse superior al "salvaje". Sean los negros, sean los animales míticos.
Pero de la misma manera que no entiendo los motivos por los cuales alguien paga por ver un espectáculo de sangre y padecimiento de un pobre animal mareado hasta la muerte, tampoco entiendo las reacciones que se dan últimamente en la red cuando un toro mata a un torero. Y hoy ha vuelto a pasar con Ivan Fandiño, muerto ayer en la plaza de Aire-sur-l'Adour, justo al día siguiente de que el Rey fuera a los toros, una cosa que se podría haber ahorrado perfectamente si pretende ser un Rey moderno. Solo un par de ejemplos:
¿Hace falta? ¿La causa animalista está tan llena de razón como para que la muerte de alguien te haga feliz? ¿Defender a los animales implica ir a la cuenta de Twitter de un torero muerto y reírse de él? ¿Defender tus argumentos contempla estar contento por la muerte de un ser humano aunque haga una actividad que te repugna? ¿Abrazar una causa desde el odio refuerza tu causa? ¿Ser animalista tiene que implicar necesariamente ser inhumano?
No lo entiendo.