Ha sido una de las noticias de la semana. Bien, o de las nonoticias porque en este preciso instante hay dos versiones de los hechos. Y son totalmente opuestas.
El caso es que el lunes pasado una madre fue al mediodía a buscar a su hija a la escuela y se la encontró llorando. La niña decía que una profesora le había pegado. La madre le explicó la situación a la directora del centro, que le dijo que intentaría aclarar qué había sucedido. Cuatro horas más tarde, los padres llevaron a la niña a urgencias porque tenía molestias en la espalda y en una mano. Este es el comunicado del hospital:
Como ve, más que un parte médico, por los detalles que incluye parece una denuncia policial. Afortunadamente no fue nada grave y la niña se pudo marchar a casa sin problemas y sin necesidad ni de tomar medicación.
A partir de aquí, las dos versiones. La de los padres, que es la que recoge el informe del hospital y la versión de la Conselleria, que no encuentra evidencias de maltratos ni de motivación ideológica en los hechos denunciados.
¿Qué pasó realmente? ¿Quién dice la verdad? Pues mire, ni idea. Cuesta desconfiar de los padres porque si se lo hubieran inventado sería gravísimo y cuesta no creerse la Conselleria porque también sería gravísimo si mintiera sobre la investigación llevada a cabo. Cuando acabe la investigación, veremos cómo acaba esta parte de la historia. Ahora, si le parece, nos centramos en el uso mediático del caso.
Una vez más se ha vulnerado la presunción de inocencia de una persona y se la ha señalado públicamente con la voluntad manifiesta de arruinarle la vida, como ya hicieron con los maestros del Instituto El Palau de Sant Andreu de la Barca. ¿Se acuerda, verdad?
Lo hicieron algunas personas que colaboran en algunos medios y lo hicieron algunos políticos:
Ah, po cierto, tres cosas: 1/ las caras de los profesores las he tapado yo. Javier Negre y Albert Rivera no tuvieron la prudencia de hacerlo, 2/ todo aquello acabó en nada. De nada y 3/ pero antes de acabar en nada, los profesores ya habían sido convenientemente amenazados, insultados y asediados.
Ahora han repetido el mecanismo:
En este caso, la diferencia es que no sólo he tenido que tapar la cara de la profesora sino que el trozo en blanco del titular está así porque he sacado su nombre y su apellido.
Pero va, supongamos que sí, que la profesora hizo lo que los padres dicen que hizo. Si fue así merece que le abran un expediente, naturalmente. ¿Ahora bien, merece este señalamiento? ¿Merece este linchamiento público? ¿Merece que se publique su fotografía y su nombre? ¿Esta manía absolutamente infame e intolerable de decir que en Catalunya se señala la gente como lo hacían los nazis con los judíos, no es exactamente lo que hacen algunos medios y algunos políticos en casos como este? ¿Quién puede asegurar que un chalado no se la encuentre un día por la calle y pase alguna cosa poco agradable? ¿Merece este escarnio? ¿El expediente no es suficiente?
Pero ahora supongamos que no es cierta la versión de los padres. ¿Quién devuelve la profesora a la situación anterior a producirse los hechos? ¿Estará señalada el resto de su vida por una cosa que no ha hecho?
Ah, y una última cosa. Volvamos a aquello del espacio público. ¿No habíamos quedado en que tenía que quedar libre de signos partidistas? Pues parece que, como sucede en general, en esto también hay días de todo.