En algún momento que no tengo constancia de haber vivido —porque seguramente me pilló despistado—, las cosas cambiaron tanto que dejó de ser considerado como un valor actuar pensando en el bien común y empezaron a premiarse las actitudes individualistas. Y, si me lo permite, egoístas. Y, sí, efectivamente, hablo de la posibilidad planteada hoy consistente en ofrecer incentivos para que quien todavía no se ha vacunado lo haga. ¿Qué incentivos? Pues a cambio de hacer el esfuerzo de permitir recibir la vacuna se proponen descuentos en teatros, en conciertos o en albergues. ¡SEN-SA-CI-O-NAL!
O sea, servidor de usted, que tiene conciencia de formar parte de una comunidad, de un grupo humano que convive, me vacuno cuando me toca porque creo que es lo que tengo que hacer pensando en mí, en mi familia y en el resto de la sociedad, y veo que a quien premian es a los que sólo piensan en ellos y que, además, lo argumentan invocando su libertad individual. Y, no, no, el problema no son los descuentos, que al final no dejan de ser los cacahuetes de la cosa, el agravio es el hecho. Porque dar caramelitos a los niños que se portan bien envía un mensaje, creo, muy lamentable. Es un paternalismo y un infantilismo en estado puro que se esparce como un perfume por un ascensor en una sociedad donde el esfuerzo, el sacrificio y el dolor han muerto. Y sin estos valores, que son una putada, sí, pero son la vida, cualquiera se cree con derecho de reclamar "su" derecho a no sufrir, a no afrontar, a no comprometerse. Y de esta manera, cuando tocan los deberes aquello es el correcaminos huyendo del coyote. Y sin necesidad de ningún producto de la marca ACME.
Servidor de usted, ciudadano que intenta hacer las cosas perjudicando lo mínimo posible al resto de personas humanas, no necesita recibir ningún premio. Hacer lo que toca y en nombre de la sensatez social no debería merecer ningún aplauso. Aunque vivamos en el mundo del "me gusta", donde permanentemente necesitamos que nos hagan caso y que nos digan que somos muy buenos. Comprobar cómo se le dan golpecitos en la espalda a quien sólo piensa en él (o en ella, o en elli) y que, además, tengamos que soportar sus discursitos morales (y médicos), que no aguantan el soplo de un botellonero a las cinco de la mañana después de beberse incluso el agua de los jarrones... hombre, mire, no. Hasta aquí podríamos llegar.
No puede ser que para incentivar la vacunación se den premios de feria de fiesta mayor. Esto tiene que funcionar, justamente, al revés. ¿Usted no se quiere vacunar? Perfecto, pero entonces no pretenda hacer la vida que sí que tienen que poder hacer los consecuentes. No vacuna, no premio. No vacuna, no restaurantes, no teatros, no cines, no campos de fútbol, no aviones. ¿Discriminación? No, no, al contrario, la discriminación es que quien no se quiere vacunar, usando su libertad —sólo faltaría—, condicione la vida de la mayoría de la gente. Y la perjudique. Porque la libertad no es unidireccional. De allí hacia aquí. Sucede como con los teléfonos, que va en los dos sentidos. ¿O es que sólo tiene derechos quien opta por no vacunarse y estos son, precisamente, los que deben prevalecer y imponerse?
El premio tiene que ser para quien cumple con las obligaciones derivadas de vivir en una sociedad y la penalización tiene que ir hacia quien decide automarginarse, cosa que —insisto— es totalmente lícita. Pero cuando decides excluirte, tienes que afrontar las consecuencias de tu decisión. No vale reclamar "tu" libertad y después no afrontar los efectos que se deriven. Y todavía menos que quien lo promueva sea la administración.