Hace no mucho el volcán de La Palma era la gran estrella en todos los informativos. Se nos mostraba de día y de noche, del derecho y del revés, desde arriba y desde todos los ángulos, más o menos activo. Seguíamos su minuto a minuto como quien sigue a los jugadores de su equipo el día de partido importante desde seis horas antes y pendientes que como caminan, qué gestos hacen o si se ríen. Había gente que antes de ir a dormir se pasaba un largo rato mirándose embelesados las imágenes que ofrecían las páginas que transmiten volcán las 24 horas del día. Una fascinación hipnótica parecida a la que te provoca mirarte una chimenea. Pero, habrá notado que he estado hablando en pasado.
Sí, porque el volcán ya no existe, informativamente hablando. Ha desaparecido de nuestras vidas. Él continúa allí, claro, expulsando de todo sin descanso, pero nadie le hace ya el más puñetero caso. Ni a él ni a los habitantes de La Palma. Ya no interesan ninguno de los dos. Y, ¿sabe por qué? ¡Porque ahora estamos entretenidos con la señora Òmicron! ¡Hooombre, como nos gusta Ómicron! La sociedad del entretenimiento y del "ay, ay, ay, que moriremos todos, todas y totis" necesitó el volcán durante un tiempo. Fue mientras el coronavirus ya no vendía ni un utensilio de estos de fumar con vapor, ni una empanada argentina, ni una lavandería de autoservicio, tres negocios que han colapsado a la misma velocidad que llegaron a nuestras vidas y las saturaron de oferta. Por suerte para los divulgadores del desastre permanente primero llegó el pasaporte Covid y su debate correspondiente y ahora la sensacional Ómicron. Fíjese en que incluso el nombre es exótico. Ojo, y es sudafricana, que le da un componente como de muy lejos, y, sobre todo, de África misteriosa que todavía da más miedo.
Sí, porque, además, las cosas que vienen de países pobres nos asustan más. Porque quizás comen animales extraños que contagian vaya usted a saber qué. Y vaya a saber. también, si no es cosa de brujería. Aunque la doctora Angelique Coetzee, presidenta de la Asociación Médica de Sudáfrica y quien primero alertó a las autoridades de la existencia de esta posible variante, haya dicho en varias entrevistas que todavía no hay ninguno hospitalizado y que la incidencia es "extremadamente leve". A fecha de hoy. Veremos mañana. ¿Hay que estar atentos? Sí. ¿Tenemos que estar preocupados? Mientras haya virus, sí porque nunca se sabe. ¿Ómicron es el fin del mundo? Pues mire, no. ¿Y sabe por qué? Porque tenemos vacunas. Y esta es la cuestión: "tenemos".
Porque mientras la comunidad científica mundial estudia el comportamiento de la variante y en el mundo rico estamos yendo ya por la tercera dosis, en lugares como Sudáfrica van prácticamente por la cero. Por diversos motivos, pero básicamente porque no han llegado las dosis prometidas. Está muy bien que aquí la vacunación esté al 80% y ojalá que fuera del 100%, pero si en Sudáfrica, o en el país que usted quiera, van por el 10%, cagada. Ya no por una cuestión de solidaridad, porque si aquí hay gente que no se vacuna ni para proteger a sus familiares pero sí para ir al bar o de viaje, imagínese dónde ven todos estos a Sudáfrica. No, hacer llegar las vacunas a todo el mundo debería ser un acto de egoísmo. Más gente vacunada quiere decir menos virus y, por lo tanto, más libertad, menos pasaporte Covid, menos mascarilla y más retorno a la normalidad.
Ah, y una cosa... Hinchar tanto noticias que ahora mismo no lo son, aparte de agotador para quien las recibe, provoca un efecto que ya me han comentado varias personas. Consiste en la creencia que tanto interés en darnos mucho miedo esconde una estrategia de las farmacéuticas para agilizar la compra por parte de los países ricos de estas terceras dosis. Cuando, precisamente, debería provocar más vacunaciones en los países "del sur" para evitar la aparición de más mutaciones. Pero, ya se sabe, que mueran millones de pobres, ni es noticia, ni preocupa nada. Ni siquiera cuando su muerte es una puerta abierta a no poder comprarnos el último modelo de televisor porque la pandemia nos ha dejado sin suministros. De estos y de muchos otros.