Operación Catalunya, Operación Menina o como quieran llamarla. Al final ha quedado demostrado que lo más efectivo es aquello de toda la vida de "patada al paladar y la pelota pasa pero el delantero no". La cara amable de la propaganda es muy bonita y queda muy bien, pero cuando tienes la mala suerte de encargársela a Pepe Gotera y Otilio y estos dos te la construyen con paredes de papel y en arenas movedizas, la probabilidad de fracasar es del 348%. O más.
La Operación Diálogo empezó fuerte. Pasado Reyes fuimos bombardeados por tierra, mar, redes y prensa amiga con la mano tendida de un grupo de bellísimas personas ofreciendo tanto diálogo que si hubiera sido azúcar, Catalunya entera habría sufrido una epidemia de caries nunca vista.
¿Problema? Enseguida llegó la realidad. Y lo hizo servida en sashimi, o sea, cruda. Lástima, porque mira que dedicaron dinero, gente y esfuerzos. Total, que la Operación Diálogo acabó como la aplicación denominada Periscope, que parecía que era el futuro y ahora ya a nadie la recuerda.
Y entonces llegó la Operación Bolsillo, una especie de loto con bote millonario que era una lluvia de millones tan bestia que aquí ataríamos las longanizas con perros. De raza (los perros. Bien, y las longanizas también, qué caramba). Y organizaron un acto en BCN donde Mariano Rajoy cogió un ventilador, billetes de 5 mil euros esterlinos y empezó a esparcirlos alegremente.
¿Problema? Cuando los billetes llegaron a la primera fila, los asistentes se dieron cuenta de que eran del Monopoly. Y falsos. Y la Operación Bolsillo duró exactamente una semana y un día. Y ahora las fantásticas inversiones, la tormenta perfecta y la lluvia de millones se han convertido en la habitual lluvia dorada de toda la vida. Aquella que se nos mean en la boca y dicen que llueve cerveza. Eso sí, artesana.
En cambio, la Operación TC funciona como un reloj. A la que alguien levanta la cabeza, coscorrón. Y si no la levanta también. Cualquier hoja que cae del árbol, al TC. Y, venga, suspendida. La hoja, el árbol y el viento que la ha hecho caer. Lo que nuestra sagrada ley une, que no lo separe la política ante Díos Todopoderoso. O llámele TC ¡Como tiene que ser!
Y, paralelamente... "¿Una afinación? ¡Oído, cocina!" Pudiendo afinar, ¿por qué narices tienes que hacer ver que dialogas o tienes que prometer asfaltar catenarias, verdad? Y si uno de los afinadores, además, comparece en un Parlamento y, con la ayuda de San Escroto y Santa Gónada, se nos hace el ofendido y nos perdona la vida, ¿qué más podemos pedir, no? Como si no tuviéramos orejas y no hubiéramos escuchado lo que todos escuchamos. Lo que dijo, como lo dijo, el tono y el aroma general.
Es el problema de este mundo moderno, donde pretendemos que los niños se eduquen jugando con plastilina cuando todo el mundo sabe que la ley como entra de verdad es con sangre. ¡De toda la vida!