El Alzheimer es una enfermedad tan cruel que provoca que de las personas que la sufren se hable en pasado. Precisamente ellas, a quienes la enfermedad las deja sin pasado y en modo presente ausente. O prácticamente. Porque, oh misterio, les permite que en algún rincón de su cerebro conserven los recuerdos musicales. En el caso de Pasqual Maragall, del cual hoy se ha hablado mucho porque cumple 80 años, sabemos que son en forma de Variaciones Goldberg y, espero, también en las de su admiradísimo Django Reinhardt.
Hoy hemos visto muchas imágenes del president Maragall y, sobre todo, del alcalde Maragall, el hombre que inventó la Barcelona moderna. La persona que tenía un proyecto y una idea y pintó de color una ciudad en blanco y negro. Repasando la trayectoria visual de Maragall hemos recuperado escenas hoy impensables. Porque los políticos han cambiado, han cambiado las maneras de hacer política y ha cambiado el mundo. Ha cambiado el país, el poder y la manera de ejercerlo. ¿Qué diferente era todo, verdad? Quizás porque entonces se hacían cosas. O al menos creíamos que era así.
Después ha pasado lo que ha pasado y ahora cada día suceden un montón de situaciones que parecen noticias y son los cacahuetes del vermú. Y son tantas, que no nos las acabamos. Pero todo este movimiento permanente y tan convulso de ahora, a diferencia del de entonces, consiste en ir dando vueltas a la noria. Hemos pasado de soñar en un mundo mejor, o creernos que era posible, a sobrevivir en un lugar que le llaman mundo, como por llamarlo de alguna manera. Y Pasqual Maragall, junto con Jordi Pujol, guste o no a muchos (y a muchas), tuvieron la culpa de que se construyera un pequeño país que después ha quedado desnudo. Un día habrá que discutir con calma si era mejor aquella ilusión de pensar que algún día tocaríamos el horizonte o eso de ahora, cuando nos ha pasado como en el Show de Truman, hemos llegado al horizonte y nos hemos dado cuenta de que realmente era un decorado de cartón piedra. Y bastante cutre.
Pero me he ido del tema. Supongo que hablar de Maragall, en el fondo, es hablar de nosotros y de nuestro pasado, que es el suyo. A pesar de no recordarlo. De aquella ilusión de adolescencia a la puta realidad. El mismo proceso que sufrió él, que intuyendo cómo acabarían yendo las cosas, ya intentó canalizar la situación hacia una solución "pactada". Fue la reforma del Estatut, que era el proyecto de la España federal que nunca fue. Y que nunca será. Me sabe mal, pero es que unas líneas más arriba ya he dicho que tenemos un problema y este problema se llama "hemos llegado al final del decorado". Dimos la mano y nos dieron una hostia con la mano abierta. La primera de la serie moderna.
La reforma del Estatut fue otra de aquellas ideas brillantes de Maragall, como los JJOO, pero esta no salió bien. Porque España-Estado, aquello que llamamos Madrit (concepto), decidió mostrar, ya sin ninguna manía, su auténtica cara. Él ya había avisado años antes con aquellos todavía hoy recordados artículos publicados en El País. El "Madrid se va" de febrero del 2001 y el "Madrid se ha ido" de julio del 2003. Y el tiempo le dio la razón. El tiempo y el Marchenismo Constitucional.
Y después vino cuando los suyos se lo sacaron de encima. De malas maneras. Claro, un tipo que va por libre, con peligrosas ideas políticamente incorrectas y con proyectos que intentaban solucionar cosas. Hooombre, eso no hay fiel aparato que lo resista, y menos en un partido de orden que todavía hoy se abraza al régimen del 78 impidiendo comisiones de investigación para hablar de Emérito I y de su particular huida a Egipto. Bien, o a unos cuantos kilómetros al este.
Que, por cierto, sin querer ninguna comparación, ¿quién nos iba a decir que la historia acabaría tratando a uno y a otro de una manera tan diferente, verdad?