A los Estados, a todos, les encanta aprovechar sus días nacionales para hacer desfiles llenos de soldados, armas, banderas e himnos. Es el día de mostrar a todo el mundo a que eres un Estado y la jornada perfecta para demostrar que tienes poder. ¿Usted tiene un ejército? ¿No? Vaya, qué lástima. ¿Y tanques? ¿Tiene tanques? ¿Tampoco? ¡Vaya por Dios! ¿Y misiles de aquellos muy grandes que se transportan con unos camiones muy largos? ¿Tampoco? Pues usted no es nadie, así que pase pa casa y no moleste.
Las festividades nacionales de los Estados son para lucir, para enseñar. Serían como una comunión pero al por mayor porque también hay curas (sobre todo en España, donde en estas cosas nunca falta un buen mosén con sobrepeso), ostentación de cara a la galería, un cierto tufo de naftalina y un aperitivo posterior de dátiles con bacón, olivas sin hueso (que no quiere decir que sean rellenas y menos de anchoa) y galletas con forma de pez, pero sin Fanta de limón.
Por lo tanto, si el día de la fiesta nacional de un Estado resulta que los soldados desfilan mal, al tanque se le pincha una rueda delante de la tribuna de autoridades, los dátiles están agrios, los peces de galleta reblandecidos y la Fanta ha perdido el gas, la celebración es un desastre que socava los cimientos del propio Estado. Y el amor propio. Pero no se vaya todavía porque todavía hay una cosa peor. Bien, para ser exactos, hay dos. Y las dos le han sucedido al Estado español los dos últimos años durante la celebración de su fiesta nacional.
Mire que es bonito el número del paracaidista bajando desde muy lejos y desde muy arriba (claro, por este motivo es un paracaidista) con una inmensa bandera del Estado que celebra la cosa y que, pam, aterriza justo en el sitio que toca con una precisión de relojero. Pues bien, el año pasado tuvimos el terrible incidente de la farola...
Terrible porque fue un golpe muy dur. No para el pobre señor que, por suerte, no se hizo nada, sino para el amor propio de la propia festividad. Realmente desluce mucho que lo que tiene que ser el segundo momento más vistoso de este tipo de actos acabe con un remake de Gene Kelly en "Cantando bajo la lluvia", pero sin lluvia, sin coreografía y, eso sí, con farola y con un impacto inesperado. Pero este año ha sido peor. Mucho peor. Horrorosamente peor.
Porque a ver, aquello del paracaidista fue un golpe bajo, pero al menos los símbolos patrios quedaron impolutos. En cambio, este 2020 que cada vez va a peor, no ha respetado ni la bandera. Y además en el que tenía que ser el momento más vistoso del acto, que es cuando un grupo de aviones, en este caso la Patrulla Águila, pasa por encima de los concentrados dibujando los colores de la bandera de España.
Pues no. Este año no ha habido bandera de España. El avión de la punta izquierda, en vez de lanzar humo rojo, ha lanzado humo blanco, tal como se ve en este vídeo grabado por uno de los presentes:
Pero es que el humo de las franjas del medio, que tenía que haber sido de color amarillo, también era blanco. Con lo cual el día de la Fiesta Nacional de España, la Patrulla Águila ha acabado dibujando en el cielo de Madrid (la ciudad que es España y España es Madrid y Dios en casa de todos) la bandera... ¡¡¡DE AUSTRIA!!! Aproximadamente.
Pero siga sin irse todavía porque este inesperado austriacismo contemporáneo se ha producido el mismo día que un grupo de 16 medios de comunicación han pagado una encuesta sobre la monarquía española con el siguiente resultado: en un referéndum, el 40,9% de los españoles votaría república y el 34,9% a favor de los Borbones. Y se ha producido el día siguiente de la aparición de un vídeo donde se confirma lo que decía la encuesta: En España, la monarquía recibe el apoyo más mayoritario entre la gente de más edad y más de derechas.
¡Madredelamorhermoso! ¿Que más puede pasar? ¿Que el próximo año el paracaidista choque con los señores Águila mientras dibujan la bandera de Gibraltar y que el himno español lo interprete esta agrupación de flautas?