El cantante Roger Mas se añade a la lista de damnificados por la censura de los talibanes de lo políticamente correcto, versión papanatas extremo. Resulta que la semana pasada publicó una canción titulada "La polla y el huevo" y Facebook se ha ofendido tanto que lo ha convertido en eso:

Si los señores (y señoras) de Apple hubieran tenido tiempos de buscar la palabra "polla" en un diccionario habrían comprobado que este es el nombre que reciben las gallinas jóvenes. Y que, quizás por este motivo, detrás iba la palabra huevo, ya que eso es lo que producen las gallinas. Y de aquí el título de la canción. Pero no.

(Pequeño inciso: Paradójicamente Apple no ha censurado la palabra "huevo", que podría llegar a tener el mismo posible doble sentido que "polla" y, de esta manera, convertir el disparate en un "La p***a y el *****". Pero es que, siguiendo esta interpretación unineuronal, y como el apellido "Mas" también tiene un doble sentido cuando durante las tareas de realización del uso matrimonial hay quien grita repetidamente esta palabra reclamando cantidad e intensidad, el paquete entero habría sido "La p***a y el *****, la última canción de Roger ***". Y cuándo digo "El paquete". Quiero decir "El *******).

Total, que gracias a una absurdidad tan grande como "la caseta de herramientas" del subdelegado del Gobierno en Tarragona, Joan Sabaté, el cantautor ha recibido una publicidad gratuita que no habría podido pagar. Aparte de poderse reír un rato. Pero, sobre todo, esta historia nos abre las puertas a volver a darnos cuenta que en la sociedad del "me gusta", esta en la que todos nos creemos que somos más libres que nunca, realmente es cuando estamos más controlados, más censurados y más domesticados por cada vez menos empresas que explotan nuestros sentimientos.

Si queremos compartir cosas y ser visibles en un mundo donde el anonimato provoca frustración, totis quieren ser "famosos" (o famosís) y donde clicas "like" para que todo el mundo sepa que existes, sólo puedes hacerlo a través de dos o tres redes, controladas por un par de compañías que lo saben todo sobre ti. Y ellas deciden qué te conviene ver. O mejor dicho, consumir. Y, como si no pasas por ellas no eres socialmente, o aceptas o aceptas. Y en nombre del buen nombre de la sociedad que ellas (las empresas) han decidido que tiene que ser, te censuran el inocente "caca, culo, pedo, pis" o los no menos inocentes pezones, pero después no sólo permiten sino que estimulan la circulación descontrolada de una pornografía intelectual que condena la sociedad a transitar por la indigencia moral.

Sobre todo, que nadie pueda ver la palabra polla, ni en su versión normativa ni tampoco en la popular, ahora bien, generemos la angustia permanente de necesitar ser aceptados en Instagram. Por ejemplo. Nosotros individualmente y por nuestro físico o bien nuestra felicidad, que consiste en mostrar que nos estamos comiendo una paella buenísima mientras la vida nos sonríe. Al menos mientras nos hacemos la foto o grabamos el vídeo. Porque cuando después comprobamos que nuestra paella no le interesa a nadie, la realidad hace que pensemos que esta indiferencia hacia nuestra maravillosa vida impostada sí que es la polla.