Pues Pablo Hasél ya está en prisión. Como en otra pieza ya me extendí en su caso concreto, si le parece hablaremos de libertad de expresión en genérico. Y justamente el día en que se ha hecho viral el vídeo de una señora enalteciendo el nazismo y banalizando el Holocausto.
"¡Pum-pum! ¿Quién es? Abre la muralla", decía la canción. Adaptada a la realidad del día sería "¡Pum-pum! ¿Quién es? ¡Soy Hasél! Pues, abre la celda y pa dentro. Y si eres la nazi del vídeo, buenas noches y pa casa, que es tarde y hay toque de queda". Y no es la primera vez que sucede una cosa parecida, porque es aquello de la ley que es más igual para los unos que para los otros. Pero esta vez, vaya por donde, la señora que nos ocupa ha tenido "mala suerte" porque el vídeo ha corrido como la pólvora. Lo que pasa es que, tiene gracia, la barbaridad expresada es una broma al lado de lo que se excreta, por ejemplo, cada año en el acto fascista del 12 de octubre en Montjuïc. Y nunca ha sucedido nada. Y allí de las palabras, gruesas, han pasado a los hechos. De manera tal que no sólo se ha amenazado públicamente a los periodistas asistentes y se ha incitado a agredirlos, en particular al fotoperiodista Jordi Borràs, sino que la policía ha tenido que establecer cordones de seguridad y escoltar a la prensa que cubría el acto para poder salir de allí. Vivos. Eso con lo que respecta a las diferencias de trato. Pero seguimos.
No se lo mismo insultar al rey que banalizar el Holocausto. Y por eso existe el delito de odio, para proteger a las minorías y a los colectivos vulnerables. Y un rey no es ninguna de las dos cosas. Por eso la ley no debería protegerlo. Otra cosa es si hay que insultarlo o es mejor utilizar el ingenio y la ironía, pero en ningún caso este es el debate. Si alguien quiere insultar a su majestad, tiene que poder hacerlo. Y si quieren aplicarle el delito de injurias, adelante, pero el honor vale un euro, en ningún caso una pena de prisión.
Lo que sucede en España no sucede en ningún otro país del mundo. Ni en las dictaduras reconocidas como tales ni en las tuneadas. Un rapero, un cantante, un artista o un titiritero no tiene que ir a la prisión ni al exilio por lo que cante o haga, pero un particular tampoco. Y van. Y los nazis no. Aunque esta de hoy se comerá el marrón para calmar el momento. Será un escarmiento quirúrgico que llegará después de demasiados casos ignorados. Ahora bien, la pregunta que nos tenemos que hacer es: ¿Esta señora tiene que ir a prisión por haber banalizado el Holocausto? Este es el debate. ¿Dónde ponemos el límite de la libertad de expresión, si es que tenemos que ponerle límites? Y después apliquémoslo a todo el mundo por igual, no siempre a los mismos.
Ah, y una cuestión importante. No, al contrario de lo que ha dicho el portavoz de Justicia y Estado de derecho del ejecutivo comunitario, Christian Wigand, el caso Hasél no es "un asunto para el sistema judicial español". No, ni la libertad de expresión de un rapero ni la banalización del Holocausto son cuestiones internas. ¡Toc-toc! ¿Quién es? ¡La libertad de expresión y la justicia que no tiene fronteras! Pues pase y entre hasta la cocina, por favor. Bueno, si nos creemos Europa, claro.