20 de mayo del 2018. Camp Nou. El Barça juega un partido intranscendente contra la Real Sociedad. En el minuto 11 de la segunda parte, marca Coutinho. No lo sabíamos, pero aquella sería la última vez que Joaquim Maria Puyal i Ortiga, el señor Puyal, Quim Puyal, Quim, cantaría un gol blaugrana. Y en general. Y lo hizo como lo hacía uno de sus maestros, Miguel Ángel Valdivieso.

 

Hoy Quim Puyal ha anunciado que deja al Barça. Se ha acabado la TDP, la Transmissió D'en Puyal. Hoy unas cuantas generaciones de culés han perdido su gran referente comunicativo. Se va el narrador de su vida. Atrás quedan centenares de historias. Evidentemente las de Quim, que hoy ante su equipo de siempre recordaba las veladas de boxeo en el Price de BCN que él transmitía para la Cadena SER. Estaba tan cerca del ring que se tenía que tapar con el faldón del cuadrilátero, a manera de gran servilleta, para que la sangre de los boxeadores no le manchara la ropa. Pero atrás quedan, sobre todo las historias de los oyentes de Quim. De los oyentes con sus abuelos, con sus padres, con su hijos y con sus nietos. Porque Quim es la banda sonora de la vida de centenares de miles de catalanes.

Los ojos de Quim fueron los de muchos de los que no fueron a Wembley el día que Koeman nos sacó del blanco y negro. Un día que, casualmente, también fue un 20 de mayo. Pero de 1992. Aquella fue la primera Copa de Europa del Barça y aquel día el grito de Quim fue el de miles de aficionados que hacía décadas iban y venían los días de partido por la Travesera de les Corts pensando que algún día superaríamos la final de Berna, la de los palos cuadrados, y la de Sevilla, la de Duckadam.

Y mientras iban y venían, en la oreja llevaban a Puyal. Primero aprendieron a sintonizarlo media hora antes del partido. Después toda la hora anterior. Y finalmente también la hora posterior. Con él aprendieron que el portero "engospa" la pelota, que los expertos que observan jugadores y tácticas, propias y rivales, son los "vistaires" y que una falta chutada contra la portería es un "flequic". Y, sí, también que los jugadores "s'escapoleixen de l'escomesa".

Hoy no se ha acabado sólo una etapa sino una época. Hoy muchos culés de piedra picada sienten que la historia ha cerrado una de sus puertas. Como cuando derribaron el campo de Les Corts, como cuando se marchó Kubala, como el día que se fue Manel Vich y su "Benvinguts a l'estadi", como cuando se fueron el "papi" Anguera, Txema Corbella o Àngel Mur, padre e hijo o nos dejó Ricard Maxenchs. ¿Tanto? Sí.

Quim Puyal ha sido el paisaje de 40 años de barcelonismo y de 50 de profesión. Él ha sido el "Urruti t'estimo", el Pizzi macanudo y el don Andrés Iniesta, pero sobre todo ha sido el rigor y la exigencia.

Sí, la leyenda es cierta. Quim Puyal es muy exigente. Mucho. Pero es que tiene toda la razón. La exigencia es fundamental en cualquier trabajo, pero en este todavía más. He tenido la oportunidad de colaborar con él durante 8 años y, además, criticando su trabajo. De entre muchas otras cosas, de él he aprendido a ser exigente, a no salir nunca por antena con los papeles mojados. Y a pensar las cosas. ¿Esto, para qué lo hacemos? Todo tiene que tener un sentido. Las cosas tienen que tener una causa. Si eso lo tenemos claro, es más probable que salga bien. Eso Josep Cuní, otro maestro, lo resumía con la frase: "Mañana viene el Rey (como por poner un ejemplo) al programa, muy bien. ¿Pero para preguntarle qué?".

Pero es que con quien es más exigente el señor Puyal, el doctor, Quim, es consigo mismo. Después de más 40 años transmitiendo centenares de partidos no se permitía ni un solo fallo. Entre semana analizaba las transmisiones hasta el matiz más pequeño para corregirlo en el partido siguiente. Porque creía que el trabajo tiene que ser lo más perfecto que puede ser un directo de 4 horas de una historia que cuando empieza está por escribir y que tienes que ir construyendo a medida que pasa.

Pero esta exigencia profesional era calidez humana con su gente. Un día, después de un partido del Gamper de hace 7 años, invitó a todo el equipo a picar alguna cosa en un bar cerca de Catalunya Ràdio. Después de su clásico "traiga un poquito de todo" dirigido al camarero de turno, vino hacia la zona donde estábamos sentados Sergi Cutillas, Carles Domènech y un servidor, los "sénior" presentes. Y nos dio las instrucciones pertinentes. Él había detectado que una persona del equipo necesitaba ánimos y nos dijo que unos minutos más tarde elogiáramos una cosa que esa persona había hecho durante la transmisión, la "transmi". Pero tenía que ser como si fuera un comentario que se nos había ocurrido en aquel momento. Así lo hicimos. Empezó Sergi, con aquella naturalidad suya, con aquellos ojos suyos siempre tan vivos y tan llenos de luz. Los otros dos nos añadimos. Y Quim callado y haciendo ver que mentalmente estaba en otro lugar. Hasta que, de repente, como si se acabara de despertar, exclamó: "¿qué pasa, qué decís?". Y nosotros hicimos ver que le explicábamos qué había pasado. Su reacción fue: "Ah, sí, eso ha estado muy bien, te lo quería comentar pero ya veo que ellos también se han dado cuenta".

¿Y, cómo es realmente el señor Puyal, el doctor Puyal, Quim? Pues mire, creo que lo define muy bien una historia que sucedió hace un par de años en un tren, el medio de transporte del cual está enamorado perdidamente. Era un domingo por la mañana. Él había hecho noche en Madrid después de un partido en Getafe y yo por trabajo. Nos encontramos por casualidad en el quiosco de la estación del AVE en Atocha. En 30 segundos ya había establecido una afable conversación con el quiosquero, que acabó con Quim hablando en catalán y aquel señor contestándole en castellano. ¡En Madrid!

Subimos el tren. Él se fue hacia su vagón y yo hacia el mío. Al cabo de un rato vino hasta mi asiento para decirme: "Pasado Zaragoza nos encontramos en el bar". Antes de llegar a Zaragoza ya pasó a buscarme. Y fuimos al bar. E hizo que nos situáramos al lado de una ventana, mirando al exterior, mientras hablábamos de la TDP. Del ritmo, del contenido... Hasta que detuvo la conversación y, con la cara absolutamente iluminada me dijo: "Observa, ¿no es sensacional?". Y yo no entendía a qué se refería, pero intuía que aquello que él había visto fuera era muy importante. Y él me hablaba de cómo era de increíble lo que estábamos viendo hasta que finalmente entendí a que se refería. A medida que el tren avanzaba, íbamos dejando atrás unos palos de cemento muy altos encima de cada uno de los cuales había un nido de cigüeñas. El maestro, el doctor, el señor Puyal, Quim, había visto los nidos a la ida y ahora quería compartir conmigo la fascinación por el hallazgo. A 300 por hora.

La luz roja se ha apagado definitivamente en el estudio de la TDP. Y vaya a saber usted cuál se le encenderá a partir de ahora. ¿Quizás un programa de viajes en tren? ¿Más dedicación al IEC? ¿La universidad? Sólo él lo sabe. O quizás todavía no del todo. Lo que es seguro es que no se quedará quieto. No todavía.