Hoy hace 15 años del accidente del Yak-42. 62 militares españoles y 13 tripulantes bielorrusos murieron en una montaña de Turquía porque volaban en un avión que estaba condenado a estrellarse. El accidente fue una desgracia terrible, pero todavía lo fue más la gestión posterior llevada a cabo por el ministerio dirigido entonces por Federico Trillo, por el gobierno presidido por José María Aznar y por el Estado.
Fue una carrera de los tres a ver a quien humillaba, mentía y engañaba más a los familiares de las víctimas. Es imposible encontrar más inhumanidad y más indignidad.
Primero se escondieron trás la fatalidad para intentar tapar que los viajes de las tropas destinadas a Afganistán se subcontrataban en empresas sin garantías que volaban con aviones de juguete a cargo de tripulaciones agotadas por la falta de descanso.
Después, para acabar rápido con la cuestión, cogieron los restos que les parecieron bien y, sin hacer ninguna prueba de ADN, los repartieron entre los familiares. Mezclados. 30 de los cuerpos fueron entregados a quien no correspondía. Un forense explicó que en uno de los "pacs" había un pie que calzaba un 43 y otro un 45.
Una vez acabado el funeral, algunas familias pidieron poder abrir los ataúdes y el Ministerio de Defensa se negó afirmando que eran órdenes de la justicia turca. Las autoridades de aquel país negaron rotundamente haber prohibido nada.
Cinco meses después del accidente, unos cuantos familiares visitaron el lugar del accidente. Todavía había restos personales de los muertos esparcidos por la montaña. Fue cuando se supo que la identificación de los 62 cuerpos la habían hecho en tres horas y media dos personas enviadas desde Madrid.
Y podría estar rato y rato explicando barbaridades, pero creo que con un detalle se remata perfectamente el despropósito. Luis Bárcenas (que consiguió tener 48 millones de euros en cuentas en el extranjero) declaró en la Audiencia Nacional que le dio a Federico Trillo dinero de la caja B del PP para pagar la defensa de los militares acusados de ser los responsables del accidente. Las palabras asco y vergüenza se quedan ostensiblemente cortas para describir el despropósito moral.
El riesgo cero no existe y la fatalidad se asoma cada día a la vida, pero ante un caso como este o como el del metro de València debería existir un mínimo de decencia humana. Un Estado está, entre otras cosas, para proteger a sus ciudadanos. Pero claro si todavía hay víctimas del terrorismo que no han sido reconocidas como tales, ¿qué podemos esperar que pasara en un caso en que el partido que se ha apropiado de la palabra y de la idea de España ponía en riesgo la vida de sus militares para ahorrarse unos euros?
Por cierto, para agradecerle los servicios prestados, Federico Trillo fue premiado con el cargo de embajador en Londres. Es el Trillo que el año 2013 supimos que había recibido 185.256 € en sobresueldos de dinero negro procedentes de la financiación ilegal del PP y que en el 2015 supimos que había recibido 354 mil euros de una constructora. Exactamente este.