Coincidencias. Hoy Zinédine Zidane se ha ido del Real Madrid. Y hoy a Mariano Rajoy lo han hechado de la presidencia del Gobierno. Por la puerta de detrás. Ahora mismo la última línea de la biografía de Rajoy dice: "tuvo que abandonar la presidencia del Gobierno por culpa de la corrupción. Fue el primer presidente español de la democracia que perdió una moción de censura". Terrible.

Qué final más armónico con la trayectoria de quien ha afrontado todos los problemas dejándolos pudrir. Aquel que hasta hoy había visto pasar los cadáveres de todos sus enemigos porque todos acababan disparándose un tiro en la cabeza. Tanta inacción y desidia ha hecho que acabara perdiendo la guerra porque le ha pasado lo mismo que en aquella cómoda de la abuelita que estaba en la habitación de los trastos. Externamente Rajoy parecía tener una gran consistencia, pero hoy le han abierto un cajón y se ha desmontado el mueble. Entero. La carcoma se lo había comido todo por dentro y no quedaba madera. Todo era fachada.

Pero antes hemos tenido aquel ejercicio que Rajoy, como gran parlamentario que es, realiza con mano maestra. Un raticuliniano que en la sesión de la mañana hubiera aparcado el OVNI en la Carrera de San Jeronimo y hubiera oído al ya expresidente, pensaría que aquello era una moción que presentaba él contra un partido corrupto encabezado por un señor que se llama Ábalos.

Ábalos, por cierto. ¿Por qué hemos estado una hora y media con el señor Ábalos y l'expresidente charlando de nada? Ha sido un homenaje, largo, demasiado, al nombre "Hablar por hablar", mítico programa de la SER. ¿Hacía falta? No. El homenaje sí, el tiempo dedicado a juntar letras y palabras sin ningún sentido, no.

Pero volvamos al marciano. Si hubiera aguzado el oído en lo que decía Rajoy habría pensado que el juez escribió en la sentencia que la Gürtel había sido organizada por usted y por mí y que gracias al PP se solucionó todo. El mag Lari, el mago Pop, el mag Magoo y Juan Tamariz llamándose para preguntarse los unos en los otros: "hostia, ¿cómo lo ha hecho"?. Nada por aquí, nada por allí y aparece un conejo en medio de la verdad. Pero es que tampoco era un conejo sino una mofeta disfrazada de conejo. Insuperable.

El momento más memorable del Rajoyismo en estado puro ha sido cuando, a pocas horas de saber que tenía que dejar el despacho y seguramente la política, Rajoy le ha dicho a Sánchez que dimitiera. ¡Él! ¡Sánchez! ¡SEN-SA-CI-O-NAL!

Pero todavía no lo habíamos visto todo. Por la tarde Rajoy ha desaparecido. Como siempre. Haciendo honor a su trayectoria. El presidente plasma hoy se ha convertido en una bolso. ¡Qué imagen!

Qué imagen, sí. Y qué mala educación. Qué mal perder. Qué mal estilo. Qué mal ejemplo. Qué desprecio al Parlamento y a los ciudadanos. Qué mal final. Nunca supo ganar y ahora tampoco ha sabido perder. Que poco democrático.

Y mientras, la diputada de Podem Lucia Martín convertía el atril del Congreso en un tanatorio y su referencia a la ausencia del aún líder del PP del hemiciclo en una homilía de difunto. Sin querer. Ha sido cuando ha dicho: "Señor Rajoy, quiero decirle ahí donde esté...". Descanse en paz.

Quien sí que estaba, y mucho, ha sido Pedro Sánchez. Disfrazado de corderito. Suave, suave. Platero Sánchez. En menos de una semana hemos pasado del Quim Torra es el Le Pen catalán a una alfombra de flores Corpus total. Educado. Elegante. Conciliador. Pactista. Con un tono amable. El yerno ideal. Sólo faltaban angelitos tocando el arpa.

Hasta que ha aparecido Albert Rivera y ha empezado otro debate. De Mourinhismo total. Y repartiendo populismo como Sergio Ramos reparte los codazos a traición. Ah, y diciendo que los populistas son los otros. ¡Buenísimo! Y ha pasado como cuando en una oficina celebran el cumpleaños de alguien, todo el mundo está contento y relajado y... aparece Povedilla, el pesado del departamento de al lado y experto en mal rollo. Primero se hiela la sonrisa de todos los presentes y a continuación todo el mundo vuelve a su silla disimuladamente sin abrir boca y Povedilla se queda solo hablando con un croissanito de chocolate en que lleva a la mano. Se ha acabado la fiesta.

Si no pasa nada extraño, Rajoy ya es historia. Y ha acabado con una pataleta infantil. Con el berrinche del niño a quien le han quitado el juguete. Él ha escogido su epitafio y ha decidido convertirse en el bolso de Soraya. Qué final para los dos.