Lo he explicado ya alguna vez, pero me parece un ejemplo sensacional. Me sucedió el año pasado en la playa. Había un matrimonio con la radio a toda hostia. Le pedimos que bajara el volumen y su respuesta-argumento fue que no les daba la gana porque "la playa es de todos".
Es este debate de ahora sobre el espacio público y la presencia de símbolos que molestan a algunos, pero que para otros representan una cosa muy importante. ¿Qué derechos tienen que prevalecer? Si en el balcón de mi ayuntamiento había una pancarta a favor de los presos políticos y la sacan porque no representa a todo el mundo, el hecho de no estar tampoco representa a todo el mundo, ¿no?
¿Si la playa y los espacios públicos en general son de todos, dónde empiezan y dónde acaban los derechos de una parte de los ciudadanos? Porque, al final, el debate del espacio público ha servido para que el amarillo desaparezca de las calles. Y eso era lo que una parte de catalanes quería. Por lo tanto, han acabado imponiendo su voluntad y se han apropiado del espacio público, que pretendidamente era de todos. Y de todas. Y ahora es suyo. Y ellos, con el argumento de la representación de todos, deciden las cosas que pueden estar y las que no.
Aplicamos, pues, el mismo criterio al Rey. Dicho sin animus injuriandi, sino al contrario, podríamos considerar que Su Majestad es un espacio público. Sí, porque es de todos. Dicen. Pero, ¿qué pasa cuando no representa a todos? Ni a todas. Aplicando el mismo criterio que el de las pancartas y los lazos, ¿tenemos que retirarlo porque su presencia ofende a una parte de la sociedad, no? ¿O es que siempre tenemos que sacar lo que molesta sólo a según quien?
Y ahora usted me dirá que, a nivel ofensa, no es comparable un lazo a un rey. Efectivamente, tiene toda la razón. Y vuelvo a la radio de la playa. Un lazo amarillo molesta a una ideología y a un pensamiento. Una radio en la playa molesta a los oídos y al descanso. Y un discurso como el que hizo el Rey el día 3 de octubre del 2017 quizás ofendió e insultó a muchas personas. Y a muchas otras quizás les provocó un sentimiento de exclusión. ¿Lo recordamos?
Y por si no quiere mirarse el vídeo, le transcribo algunos de los momentos que ofendieron y decepcionaron una parte importante de la sociedad catalana:
“Estamos viviendo momentos muy graves para nuestra vida democrática (...) Desde hace ya tiempo, determinadas autoridades de Cataluña, de una manera reiterada, consciente y deliberada, han venido incumpliendo la Constitución y su Estatuto de Autonomía (...) Con sus decisiones (...) han demostrado una deslealtad inadmisible hacia los poderes del Estado. (...) Han quebrantado los principios democráticos de todo Estado de Derecho y han socavado la armonía y la convivencia en la propia sociedad catalana, llegando ─desgraciadamente─ a dividirla. Hoy la sociedad catalana está fracturada y enfrentada.
Esas autoridades han menospreciado los afectos y los sentimientos de solidaridad que han unido y unirán al conjunto de los españoles; y con su conducta irresponsable incluso pueden poner en riesgo la estabilidad económica y social de Cataluña y de toda España.
En definitiva, todo ello ha supuesto la culminación de un inaceptable intento de apropiación de las instituciones históricas de Cataluña. Esas autoridades, de una manera clara y rotunda, se han situado totalmente al margen del derecho y de la democracia. Han pretendido quebrar la unidad de España y la soberanía nacional, que es el derecho de todos los españoles a decidir democráticamente su vida en común”.
Entonces, si el espacio público denominado monarquía, que es de todos, ofende sentimientos, de la misma manera que les ofende un lazo amarillo o una pancarta, ¿por qué desaparecen los lazos amarillos y las pancartas y no la monarquía? ¿O es que realmente el debate no es sobre el espacio público sino sobre prohibir lo que no gusta a una minoría y que acaba desapareciendo del espacio público porque esta minoría tiene el poder real y puede imponer su criterio?
Pero bueno, simplemente es una pregunta, eh...