Compareció anoche. Detrás suyo caras de entierro de oferta del Black Friday. Pero él, como decía una persona con la cual trabajé mucho tiempo, estaba "impretérito". Empezó el discurso diciendo que él no era como los otros, que afrontaba la realidad y que no se escondía. Y cuando todo el mundo daba por hecho que detrás de todo eso venía la palabra "dimisión", anunció que... esta mañana de lunes hablarían del tema en la reunión de la ejecutiva de su partido. ¡¡¡Gooool en Las Gaunas!!! Con la mano y con el VAR pasando la ITV.
Pagaría por ver las llamadas y mensajes que ha recibido Albert Rivera desde ayer a las 11 de la noche hasta esta mañana a las 9. Sobre todo los remitentes. Porque el contenido me lo imagino. Total, que esta mañana ha dimitido y ha anunciado que deja la política. Mientras un servidor veía la rueda de prensa en la redacción de ELNACIONAL, una persona que tenía a mi lado ha exclamado: "No, ha sido la política la que lo ha dejado a él". Y otra ha soltado: "Os recuerdo que hoy es san Martín".
Pero este no es un artículo sobre política sino sobre personas. Concretamente sobre personas humanas. A los individuos se los conoce como son realmente por la manera de conducir y por la manera como afrontan los momentos de crisis. Y dejar la política profesional es un momento de crisis. Sobre todo para quien ha convertido la política profesional en el destino final de un viaje y no como la etapa de un camino que después continúa.
Estamos acostumbrados a ver profesionales de todas las disciplinas explicando en público que se van. Que lo dejan. Y se emocionan. Y es normal. Cuando lo que hacías era tu pasión, lo que te llenaba y lo que te motivaba en la vida y dices que lo dejas, no puedes evitar sentir un vacío. Porque no somos de piedra y tenemos sentimientos.
Pero de la misma manera que ayer fue muy significativo el momento Pedro Sánchez, en pleno discurso de la noche electoral haciendo callar a su gente en vez de escucharles, la puesta en escena de hoy de Albert Rivera, explica tantas cosas. Granítico. Pétreo. Inmutable. Ninguna emoción. Un trámite más en el mundo de Rivera, tan desapasionado, como, sobre todo, irreal.
Porque Rivera nunca tenía suficiente con la realidad. Siempre necesitaba más. Una manifestación se convertía en un atentado terrorista con muertos y una declaración de cualquier enemigo (que no rival) se transformaba en unas terribles amenazas que ponían en peligro la vida humana en la Tierra. Todo siempre exagerado. Engordado. Manipulado. La realidad pasada por Rivera era el fin del mundo.
Rivera inventó las fake news del siglo XXI cuando el siglo XXI todavía no se había inventado el concepto fake news. El mundo de Rivera eran 3 insultos, 4 desprecios personales y 5 barbaridades puestas en la boca de quien no las había dicho por cada dos palabras. Pero con una profesionalidad impoluta. Sin ninguna pasión. Cuando se apagaba la cámara era aquello del "no hombre, si aquí no hay nada personal. Eso sólo es política". Como su despedida. Por eso no ha habido ninguna emoción. Por eso no ha manifestado ninguna humanidad consigo mismo. Ha sido un trámite más. Una actuación más en el plató interpretando su papel. Como quién le pone un sello a una instancia para solicitar un vado y espera que al jefe de departamento lo llame en su despacho y le comunique su nuevo destino.
Porque esta es la otra... ¿Nos jugamos un guisante a ver qué empresa del IBEX le dará una cargo a Albert Rivera? Una cómoda silla en un consejo de administración al cual irá con la exquisita profesionalidad de quien cada día se deja los sentimientos colgados en el recibidor de su casa.