Pues ya llegado la Navidad. Y Sant Esteve. Y la ruptura social existente en los hogares catalanes se ha oído desde el mismo centro de Raticulín. Las pocas unidades burbujiles que no rompió el Procés, y que todavía se reunían para las comidas de estos días, ahora sí que han quedado totalmente destruidas. Arrasadas. Devastadas. Porque, mire que el independentismo dejó la armonía familiar como un solar, eh.
No, es que históricamente los parientes nunca ―pero NUNCA― no han dejado de hablarse por el reparto de las herencias, que en algunos casos ha incluido una pelea estilo Kill Bill por un juego de sábanas. Ni por aquello del "es que tú vas por el pueblo diciendo de mí que...". Ni por un comentario sobre la calidad del menú servido el año 2006, sobre todo aquellos langostinos que salieron de la cocina con la etiqueta de "en la pescadería todavía se movían" y resultó que eran la oferta de una tienda de congelados que hacía una semana se le había ido la luz y en las cámaras había musgo como para hacer un pesebre viviente. Ni porque el hijo que siempre pringa haciéndose cargo de los padres osó pedir a sus hermanos que alguien más hiciera alguna cosa y vio cómo era más insultado que si hubiera defendido Rufíán en twitter.
No, no, las familias catalanas empezaron a romperse por culpa del Procés. No como la Familia Real española, por ejemplo, que es modelo de unidad, hermandad y concordia constitucional. Por eso el pueblo los idolatra. Tanto, que si algún miembro decidiera irse de España, aunque fuera para ir un momento a comprar media libra de "jamón en dulce", la ciudadanía en pleno iría hasta la pista del aeropuerto Adolfo Suárez Barajas Josep Tarradellas lluvia de millones y extendería su cuerpo en el asfalto para que el avión no pudiera despegar. De hecho una de las primeras medidas del Tribunal Supremo de cara al 2022 será cambiar el nombre del Rey Felipe VI por Felipiña VI, que viene de Felipe y de piña, que es como está la familia de unida. Lo de sexto queda igual. De momento.
Total, lo que le decía, que las pocas familias que todavía compartían dátiles con bacón, cóctel de gambas con mucha salsa rosa, tronco de patata con atún, pato a la naranja, ancas de rana y melocotón en almíbar, han sido rematadas por las vacunas. Que si la tía Enriqueta no tiene ninguna dosis, que si el cuñado Paquito sí pero se niega a ir con mascarilla, si el tío José Alberto se pasa el día mirando vídeos de Miguel Bosé, que si la yaya Lola -que es la anfitriona y con 93 años todavía hace los canelones-, no quiere tener a menos 50 kilómetros a nadie que no se haya vacunado, no lleve dos mascarillas en los interiores y no haya hecho mofa y befa de Bosé imitándole la voz o el gesto.
Estamos ante la procesización de las vacunas. O la vacunización del Procés. Por suerte, Catalunya es una tierra de oportunidades y de soluciones. Y ahora se trata de volver a aplicar el mismo método. La tía no vacunada, al lado de la ventana abierta, como en su momento colocaste al cuñado de Sociedad Civil por el Bilingüismo de los Otros. Y tema resuelto. Todo sea porque una vez al año hacemos ver que tenemos alguna cosa que ver con gente con la que no te relacionarías ni en una isla deserta. Bien, y si no, siempre puede organizar un amigo invisible tan animado y lleno de sana y fraterna amistad como el del ayuntamiento de Vinaròs. Allí José Chaler, concejal del Partido Socialista, le regaló a Anna Fibla, concejala de Todas y Todos Somos Vinaròs, una caja con productos de fruta y verdura "ligeramente dañados" y de una cabeza de cordero y sus tripas. ¡Vaya, el regalo familiar perfecto para el cuñado!
Ah, y una cosa importante. Feliz Navidad, o Buen Solsticio, o Buen Loquesea. Si me quiere hacer feliz, por favor, intente ser feliz usted y haga lo más feliz que pueda a la gente que quiere.