Hoy, niños y niñas, aprovechando que nuestras villas y ciudades, fíjese usted por dónde, todavía huelen a Reyes Magos, es momento de la metáfora del niño que quería decidir a qué juego quería jugar en el patio, que cuando lo pidió fue apaleado y expulsado del patio y a quien al final fueron a buscarlo para salvar la escuela.
Había una vez un niño que no era ni mejor ni peor que los otros niños de la clase, ni más listo ni más limitadito, pero que cuando salía al patio quería poder decidir a qué juego jugar, cuándo jugarlo y con quién jugarlo. O no jugar si no tenía ganas. Cuando este niño planteó la situación a los profesores, la negativa fue total y absoluta: "¡Aquí todos jugamos a lo mismo! ¡Y a callar!", le respondieron. Y le cayó el primer cachete, que fue recibido por los otros niños con diversidad de opiniones. Los unos colaboraron en la hostia y los otros también, pero estos últimos haciendo ver que no colaboraban y, sobre todo, girando la cara y callando.
Pero el niño seguía sin entender cómo era posible que no le dejaran decidir si quería jugar o no a lo mismo que los otros niños. Quizás decidía que sí, que quería jugar a lo mismo. O quizás decidía que no, pero creía que tenía el derecho a escogerlo. Y volvió a insistir. Segunda hostia de los maestros. Esta vez con el puño cerrado y acompañada del grito de "a por ellos, oé". Nuevamente la hostia fue recibida con gran alegría por una parte de los niños y los que habían colaborado anteriormente pero disimulando, repitieron la maniobra. Naturalmente, los maestros premiaron a los niños colaboracionistas con buenas notas sin necesidad de examen, premios, regalos y más horas de patio.
Y el niño que quería decidir decidió que la siguiente vez que saliera al patio jugaría a lo que quisiera. Sin esperar ningún permiso de nadie. Y así lo hizo. Esta vez la respuesta de los profesores fue darle una paliza, destrozarle los libros, prohibirle volver a salir al patio, encerrarlo en una clase sin poder salir y suspenderle todas las asignaturas. Los niños colaboracionistas ayudaron directamente a ejercer la violencia y los otros niños volvieron a hacer ver que no veían nada y volvieron a callar.
Pero un día llegó a la escuela un niño violento (muy violento) y por civilizar que intentó imponer su ley en el patio. La reacción de los niños que habían colaborado con los profesores, como era de esperar, fue competir con el niño nuevo a ver a quién era más violento e incivilizado. Pero, ¿sabéis que hicieron los otros niños (y las otras niñas), los que habían colaborado pero disimulando y que, sobre todo, habían callado? Pues lo que hicieron fue ir a buscar al niño que quería decidir para exigirle que los ayudara a acabar con el nuevo niño, que era tan violento e incivilizado que amenazaba la propia existencia de la escuela.
¿Y ahora usted que está leyendo esta inocente metáfora, qué cree que tiene que hacer el niño que quería decidir? ¿Tiene que hacer caso a los niños que callaron y ahora ayudarlos a salvar esta escuela donde fue agredido, insultado, marginado, encerrado y humillado? ¿O ahora tiene que hacer como hicieron ellos, girar la cabeza para no verlo, callar y mantener la actitud del "ya se espabilarán" con su escuela, su patio, su niño violento e incivilizado y el resto de niños que compiten con violencia e incivilización?
Pues este es ahora mismo el tema. Y el problema es que los niños que callaron, ahora piden socorro sólo para intentar salvarse ellos, no porque crean que tienen que ayudar al niño que quería decidir. Y la prueba es que no hay ninguna oferta, no ya para que el niño que quería decidir pueda decidir, es que ni siquiera para que pueda volver a jugar en el patio.