Recupero la frase "No somos virólogos, pero tenemos ojos y orejas" para recordar qué nos pasó por la cabeza a usted y a un servidor cuándo Ómicron entró en nuestras vidas como si fuera el mánager de Démbélé. Fue cuando entendimos que aquello no tenía control posible con ninguna medida que no fuera cerrarlo todo -cosa que era imposible- y que suerte teníamos de las vacunas y vimos cómo Pedro Sánchez decidía hacer ver que hacía alguna cosa efectiva para parar los contagios. Fue cuando dijo: "¡Mascarillas por la calle!". Y los expertos le dijeron "¿Pa qué?". Y él respondió "Pa na, pero si hay que ir, se va". Y pallá. Directos. Y así estamos. Todavía.
Era muy previsible que quien es un adicto a hacer política como si fuera un trilero, llegados a esta situación sacara los tres cubiletes, la bolita, la caja de cartón a manera de mesa y nos hiciera la jugada a la que nos tiene acostumbrados: "la mano es más rápida que la vista, ahora por aquí, ahora por allí y ya te he birlado la cartera". Pero tenemos que reconocer que, tal como nos lo ha endosado, esta vez no vimos por donde nos venía. De hecho, esta no se la ha olido ni el ya citado mánager de Démbélé, que no para de llamar a La Moncloa preguntando dónde puede comprar la receta y por qué precio (por cierto, servidor pagaría para asistir a un encuentro de titanes entre este personaje y Pedro Sánchez).
Mire, que el Presidente decida mantener el uso de las mascarillas en la calle, pues es una opción. Absurda, pero opción. Y dos puntos y a parte más abajo le hablaré de los posibles motivos. Ahora bien, es muy feo -pero muuucho- que para conseguir los votos necesarios por parte del Congreso de los Diputados, cogiera un saco de dentro de un contenedor de basura y allí mezclara las mascarillas con la actualización de las pensiones -que incluía una paga extra- y que los sanitarios jubilados contratados ahora a toda prisa puedan seguir cobrando sus pensiones.
O sea, un montón de diputados de un montón de partidos que estaban en contra de mantener la medida se la tuvieron que comer con patatas porque si votaban en contra, ATENCIÓN, ¡dejaban sin paga extra a los pensionistas! ¿Dónde hemos llegado? ¿Para mantener las mascarillas metemos por el medio el dinero de las personas mayores? Pero ¿esto qué es, un negocio de sellos y criptomonedas con sede en la cueva de Alí Babá? Es un escándalo tan mayúsculo que ya se ha visto al Lazarillo de Tormes revolviéndose en su tumba y gritando, como si sufriera una posesión diabólica: "¡Por favor, un poquito de respeto por el buen nombre de la tradicional picaresca española!". Y a su lado el Dioni y Antonio David Flores vestido de Guardia Civil, que casualmente lo habían ido a visitar en el cementerio, con todas las venas del cuello a punto de estallarles de la indignación exclamaban: "¡Hostia, esto no se nos ocurriría ni a nosotros!".
Pero aquí la gran pregunta es: ¿Por qué? ¿Por qué esta obstinación en mantener las mascarillas en la calle, cuando no hay ni un solo experto en la materia que ni lo recomiende ni lo aconseje. ¡Pero es que ni uno! Ni por equivocación. ¿De dónde le viene a Sánchez un interés tan tozudo y persistente que incluso les ha hecho idear una estafa política nunca vista en la historia reciente del parlamentarismo mundial? ¿Qué le sucede a este hombre con las mascarillas? ¿Un mal recuerdo de la infancia? ¿Una fantasía? ¿Le hacen ilusión? ¿O bien tenemos que pensar mal? ¿Tenemos que dudar, una vez más, de las intenciones, que es la actitud que nos han enseñado a tener en casos parecidos y que cuando la mantenemos siempre la acertamos?
Y mire que sería sencilla una explicación. Médica, económica, social, o la que sea...