Es una sensación que cada vez expresan más personas y se palpa en el ambiente con mayor intensidad. Aquel sentimiento de estar permanentemente sobrepasados. Y desorientados. Aquello de no atrapar nada porque es que, de hecho, no entendemos nada de lo que nos está pasando. Cada día recibimos decenas de estímulos a una velocidad imposible de seguir y cuando giramos la cabeza hacia un lado, ya nos la han clavado por la otra. Con la mano abierta. Nos pasamos el día circulando con un Twingo a pedales en un circuito donde disputan una carrera de Fórmula 1.

Miras la realidad y cada día es un desastre detrás del otro. Sin tregua. Cuando nos creemos que salimos de una, otra peor ya nos espera en la puerta de casa para acompañarnos a tirar la basura. Y acabamos nosotros dentro del contenedor. Es que no hay nada de positivo. Nada. Aquello que dices: "Mira, ahora iremos bien". No, no, al contrario. Y la impresión es que siempre acaban ganando los malos. Y no hay proyecto. Importa el mientras tanto y quien venga después, ya se espabilará y, sobre todo, que le den mucho.

Todo es decadente. Todo se cae a trozos. Todo es muy provisional. Cartón piedra y del baratito. Todo se aguanta por un hilo que es como si formara parte de uno de aquellos puñados de cables que recorren las fachadas de los edificios y que cuando te los miras piensas: "No entiendo cómo puedo tener internet si mi línea está metida aquí dentro de este caos". Y tenemos la sensación de que nada funciona porque es que todo va desmarchado. Una pandemia que mataba cada día miles de personas paró el planeta entero y encerró a la humanidad en su casa. Pero sólo fue el aperitivo de una guerra en Europa que es culpa de cómo se resitúan las potencias mundiales en el tablero del poder y que nos traerá una crisis económica agravada por un precio de los carburantes que está fuera de carta y que, de rebote, genera una especulación descarada por parte de las grandes distribuidoras que controlan el mercado alimentario y que lo encarecerá todo todavía más, entre el pánico de la ciudadanía.

Estamos agotados. Y asqueados. Porque vemos que todo es mentira, que nos engañan y que todo sucede porque existen unos intereses particulares que nunca son los nuestros. Y eso pasa en una sociedad cada vez más egoísta, individualista e intolerante con el otro. ¿Quizás no es una mayoría? Quizás sí. ¿El espacio público está dominado por los que crispan? Tal vez. ¿Quizás estamos ante el fenómeno del Tamborilero del Bruc colectivo, o sea un puto niño haciendo el ruido de un ejército, pero sin dejar de ser un puto niño solo con un puto tambor? Quizás, pero su ruido es permanente y nos deja la cabeza como un bombo. Y nunca mejor dicho. Y el enfado, el cansancio y la desmoralización son totales y globales. Y hay mucha mala leche y mucha intolerancia. Y la vehemencia violenta de quien quiere tener toda la razón y que se expresa con unas formas que quien piensa diferente decide callar para no ser agredido, no es nada más que la expresión del miedo, la rabia y la impotencia.

La infelicidad es infinita y va a más. ¿Nos creíamos que la felicidad era "aquello de antes" sin saber que "aquello de antes" no volverá nunca y sin querer reconocer que tampoco entonces éramos felices, pero de alguna manera nos tenemos que consolar, ¿verdad? Y mientras usted lee esto, fuera, en la calle, el mundo ha cambiado tres veces. Como mínimo. Porque estamos ante el final de un ciclo. Este sistema ya no se sostiene por ninguna parte, pero todavía no hay alternativa. Seria, eh, no Mimosín abrazado a un teletubbie con una sobredosis de azúcar. Estamos en el momento en que la máquina de vapor enterró la diligencia, pero multiplicado por infinitas veces infinito y acelerado a infinitas veces la velocidad de la luz. Y nosotros somos la diligencia.

¿Pesimismo? Bueno, me temo que este retrato se acerca bastante a una realidad que es la que es. ¿Entonces, qué hacemos? ¿Mejor, describirla con crudeza o seguimos autoengañándonos, no fuera que al final tuviéramos un disgustito? Bien, quizás el disgusto lo tendremos de verdad si la mayoría de la sociedad cree que la solución son los populismos de extrema derecha y ellos acaban gestionando el caos.