Si nos lo miramos positivamente, solo faltan cinco días para acabar esta campaña. Si somos realistas, ya llevamos 10. Y se nos han hecho muuuuuuy laaaaaargos. Terriblemente laaaaargos. A todos. Y a todas.
Los ciudadanos estamos cansados. Agotados. Y se nos nota. Pero a los partidos todavía se les nota más. Nosotros sufrimos una sobredosis de frases repetidas, de mensajes tan simples que al cabo de cinco minutos se deshacen como un helado al sol, de demagogia cada vez más impresentable y de promesas que parecen sacadas de un catálogo de disfraces de carnaval. Pero ellos sufren una falta evidente de empuje, de ganas y de ideas. Del tubo ya no sale pasta de dientes.
Venimos de la sobredosis de las generales y, sin tiempo para rehacernos, estamos en la campaña donde precisamente todo se multiplica por 300, la de las municipales. Y diez días después, ya lo han dicho todo. Hace días que damos vueltas a lo mismo. Es la misma corbata (o la misma colonia) regalada por compromiso y envuelta con el mismo papel, pero cambiándole el lacito para que parezca otra cosa. Y no, es lo de cada día.
Es urgente hacer las cosas de otra manera, sí, pero no solo las más evidentes.
En un mundo digital, la jornada de reflexión es anacrónica, la pegada de carteles es absurda y no poder publicar encuestas a partir de un cierto día de la campaña es extravagante.
Pero también es incomprensible que yo pueda subir a un avión, el acto con más controles y exigencias que sufrimos los humanos del siglo XXI, solo teniendo un código en mi móvil y que para votar tenga que ir a un colegio electoral, coger una papeleta, ponerla dentro de un sobre e introducirla en una urna para que después alguien cuente manualmente y uno por uno el contenido de cada sobre. Por no hablar de la gente que vive en el extranjero y para los que votar es una aventura de cuando el correo llegaba en una cuadriga de triceratops.
Y en un mundo donde siempre estamos en campaña y la información nos entra en el cerebro a todas horas, por todos lados y con todos los formatos, quince días de campaña es una excentricidad que no nos merecemos. Ni nosotros ni los políticos. Con una semana habría suficiente. Sí, una semanita permite hacer 6 o 7 actos lucidos y entretenidos, diciendo alguna cosa que parezca más o menos presentable y de esta manera se evitan repetir (y que nos repitan) una vez y otra la misma idea.
En un mundo donde todo ha cambiado, donde todo el día nos meten prisa y donde todo caduca a una velocidad marcmárquez, resulta que uno de los actos públicos más importantes, porque es uno de los que más afecta a nuestras vidas, lo hacemos como hace dos siglos.
Y estamos agotados. Ellos (y ellas). Y nosotros.