La ley dice que a partir de hoy se puede empezar a estudiar conceder el tercer grado penitenciario a los presos políticos. Y a partir de hoy los que han convertido la política en odio, supremacismo ideológico y venganza personal (algunos también en privado) empiezan su campaña para subvertir una vez más la ley e intentar que no se cumpla hablando de previlegios. Hubo un día en que ser humanamente miserable empezó a ser un valor político. Y seguimos allí mismo. Muy bien todo.
Por lo tanto, a partir de ahora los presos políticos condenados en aplicación de la ley del escarmiento por parte de un Estado dispuesto a pagar el precio que fuera para cerrar la carpeta catalana, incluido el descrédito de la justicia, el de los cuerpos de seguridad y el de la monarquía, podrán dormir algunos días en casa. Y si algún día tienen problemas por conciliar el sueño, en vez de contar ovejas podrán contar partidos indepes o indepes según el día. Y se estarán un buen rato.
El 1-O y el 3-O fueron fruto de la unidad. Sin ella, nada habría sido posible. El Estado no vaciló a la hora de aplastar el movimiento y a partir de entonces, el independentismo empezó su otro Procés, el de la atomización. Primero con el estropicio definitivo entre el mundo "postcon" (de Post i Convergente) y el mundo Esquerra (la ERC de toda la vida más el refuerzo del sector catalanista del PSC y algunos Comuns). La culpa fue la estrategia. Y después con la implosión del artefacto PDeCAT-Crida-JuntsXCat que hoy ha vivido un nuevo capítulo con el anuncio del President Puigdemont de presentar un nuevo partido. En este caso la culpa, visto desde fuera, la han tenido las sillas. Y si no ha sido así, felicidades porque es la imagen que ha quedado.
Este movimiento de hoy del 130.º President, creo, busca desencallar la situación por la vía de los hechos consumados y que reviente el grano que hace días madura y madura pero no estalla. Carles Puigdemont obliga ahora al núcleo del PDeCAT a mover ficha. Veremos. Pero no fuera que todo no sea nada más que una tercera vía. No fuera que no se trate de tener un Partido del Presidente y mantener el PDeCAT como refugio de los partidarios de circular por el carril de vehículos lentos para acabar pactando una coalición electoral. En todo caso, pase lo que pase, si el secreto del éxito de octubre del 17 fue soportar al del lado tal como era y en nombre de un bien superior, fuera del partido que fuera, ahora se trata de "he venido a hablar de mí libro. Y mí libro soy yo mismo".
Tradicionalmente los catalanes éramos famosos porque siempre teníamos uno de cada cosa. Pero eso ha cambiado radicalmente. Ahora de cada cosa tenemos, mínimo, un par. Incluso de virólogos. Y de esta manera podemos estar siempre en contra de alguien y podemos hacer realidad aquello tan nuestro del "se encuentran dos catalanes y montan tres asociaciones, enemistadas entre ellas". En el tema partidos político, pero, lo hemos sofisticado de manera tal que el objetivo es que cada indepe tenga su propio partido. Pero no para proponer nada, no, sino para insultar y desacreditar los otros siete millones y medio partidos existentes. Esquerra, PDeCAT, JuntsXCat, La Crida, el nuevo Partido del President, el Partido Nacionalista, Lliures, Units per anançar, Convergents, Demócrates, Lliga Democràtica, las dos almas de la CUP y los que me dejo. Sólo faltan el partido del Yo Mismo.
Y mientras, una gran mayoría de indepes ve que el jarrón de la yaya está tan hecho añicos que es imposible volver a pegarlo y asume que habrá que plantearse qué ponemos a partir de ahora encima de la cómoda. Si es que vale la pena poner nada. Porque cuando entre todos hemos acabado haciendo lo que más favorece un Estado que no negociará nunca nada, y menos habiendo ganado por goleada, y con un enemigo débil y decapitado, quizás mejor tirar la cómoda al mar y comprarse uno de aquellos muebles castellanos que hay en aquellos mesones donde en la puerta hay unas aspas de molino que no giran y asumir que la banca siempre gana. Y si la ayudas, todavía más.