21 de octubre del 2017. En la carrera entre el Govern de la Generalitat y el Gobierno Rajoy a ver si los unos conseguían que los otros se sentaran a negociar alguna cosa y los otros conseguían que los unos desenchufaran los plomos de la cosa, a la que había que sumar la competición entre Junts Per Catalunya y Esquerra a ver a quien saltaba antes de la vagoneta de la convocatoria electoral, llegó la no proclamación de la República. Y posteriormente todo el mundo se fue de fin de semana diciendo: "hostia, hostia, ya verás tú el lunes". Sin imaginar nunca qué sucedería realmente a partir del lunes siguiente. Aquel mediodía del viernes fue la última vez que se vieron en persona el presidente Carles Puigdemont y el vicepresidente Oriol Junqueras. Hasta hoy. Tres años y nueve meses después. Y si se han podido ver es porque quien estaba en la prisión ha ido a ver quien está en el exilio. En Waterloo.
Aprovechando este reencuentro, servidor de usted ha vuelto al lugar del hecho. A un Parlament que, a causa de la COVID, no pisaba desde hacía un año y cinco meses. ¿Y qué buscaba? Pues nada en concreto. Quizás hacer memoria e intentar entender dónde estábamos entonces, dónde estamos ahora y qué ha sucedido durante este tiempo. El suficiente para que parezca que haga mucho de todo, pero que a la vez parece que todo sucediera ayer y donde han pasado tantas cosas que todavía no hemos tenido tiempo de digerirlas. Y no sólo relacionadas con un Parlament donde la imagen de aquel último día de Puigdemont y Junqueras era la de la zona de la escalinata llena a tope y que hoy ofrecía un aspecto de polígono industrial un domingo por la tarde.
Y tanto tiempo después he podido volver a ver a los bedeles del Parlament, instituciones olvidadas que siempre están allí, que todo lo ven y que siempre callan. Y a la gente del departamento de prensa, y a los funcionarios de la casa. Y con algunos he podido charlar un rato. De cómo nos ha ido durando este tiempo, de la vida, de comidas, de la salud, de cómo ha cambiado (o nada) el mundo, de la familia e incluso de filosofía. De todo menos de política. Vaya, como siempre.
De esto he podido hablar con algunas personas conselleres y otras personas diputadas. Las unas verbalizando como querrían que fuera la legislatura y las otras aprovechando para exclamarse de lo que hacen los partidos que no son el suyo. Y no necesariamente sentado en los escaños del otro lado del hemiciclo. Pero quizás la metáfora de todo es la tienda de recuerdos. Durante mucho tiempo en el Parlament hubo un espacio físico donde podías comprar bolígrafos, osos de peluche, libretas o gorras con el logo de la institución. Pues bien, aquel céntrico rincón ahora es un espacio de amamantamiento.
Y ahora usted me preguntará: "¿Y el pleno, qué?". Bien, pues Marta Lasalas lo ha explicado aquí, y aquí. Y Marc González aquí y aquí. Por lo tanto, servidor no tiene nada más añadir. Sobre todo porque estaba de paso.