Va, pregúnteme sobre el bombardeo de Mariúpol. ¿Aquel edificio que hemos visto medio destruido era una maternidad o un centro militar ucraniano escondido dentro? ¿O las dos cosas? Pues mire, ni idea. Hace veinticuatro horas que intento saberlo y cuando encuentro una información que me confirma la versión A, enseguida encuentro una versión B que me la desmiente y me asegura justo al contrario. Y con pruebas. Y expertos en verificación a quien he preguntado, me dicen que están igual.
El trabajo del periodista debería ser intentar explicar qué sucede y no debería consistir en tomar partido repitiendo lo que le dicen. Pero en las guerras del primer cuarto del siglo XXI se puede hacer de todo menos, precisamente, explicar qué pasa. Y lo que acabamos narrando es lo que los servicios de propaganda vestida de información de "nuestro" bando nos dicen qué pasa, lo que nos señalan o el frame donde ponen el foco para que sólo veamos aquello. En la guerra del Golfo, los enviados especiales que iban a la frontera de Iraq veían pasar los misiles por encima de sus cabezas y nosotros en casa un videojuego. En la de Ucrania vemos refugiados en las fronteras del oeste del país, pero no hemos visto un solo combate. No hemos visto soldados rusos muertos. Porque un periodista en una guerra es incómodo. Porque puede desmontar el relato. No estamos viendo "la guerra" sino sus efectos. En el hospital que quizás es un cuartel militar (o no) también. Y, a partir de aquí, conocemos la versión oficial del bando que nos corresponde. Al Iu Forn que vive en Moscú no le llega la información que me llega a mí -su régimen ya se ocupa-, por lo tanto no puede contrastar lo qué le dice su propaganda. Y un servidor de usted que intenta saber qué sucede, no lo consifue porque tiene dos versiones de los hechos y las dos son probables.
¿Por ejemplo? Una de las mujeres que sale herida en diversas de las imágenes de los instantes posteriores al bombardeo de Mariúpol es, según la versión rusa, una actriz y, por lo tanto, todo es un montaje. Pero según he podido ver en las redes sociales, esta persona que, sí que parece ser, trabaja de modelo y sí que estaba embarazada. Por lo tanto sería lógico que estuviera en una maternidad. ¿Qué me creo?
¿Plantearme que quizás no todo es exactamente como nos dicen es justificar el ataque ruso e ir con Putin? Bueno, esta es la otra. Dudar de las versiones oficiales te convierte en un sospechoso de connivencia con un dictador muy peligroso y un sátrapa que ha decidido una invasión que no tiene ninguna justificación. Ahora bien, ¿tengo derecho a cuestionarme si todo lo que me dicen que hace lo hace realmente? Porque creo que es positivo ponerlo todo en duda (¡todo!) e intentar acercarme lo máximo posible a la verdad. Si es que la verdad existe y si es que los prejuicios que todos tenemos nos lo permiten.
La propaganda busca ganar el relato, pero sobre todo crear odio entre los bandos. Para que la gente se mate todavía más convencida. Es una de las cosas que dice Pep Guardiola en el vídeo que se ha hecho viral. El odio que se extiende ahora entre rusos y ucranianos durará un par de generaciones. Y no habrá nada que hacer. Mientras, aquí, que no somos ninguna de las dos cosas, esta invasión nos reproduce los bandos habituales desde donde se extiende la intolerancia. Y con la misma acritud con la que se afronta cualquier cuestión que es aprovechada para polarizar. Los míos y los otros. Y, oiga, si usted piensa diferente a mí es porque usted es un imbécil a sueldo de fascistas (ya se sabe, los fascistas siempre lo son los otros), y a quien si lo pillo le romperé la cara. Por mentiroso e intolerante. Y cállese que usted no tiene derecho a decir nada. Yo sí, claro. Porque yo tengo la verdad y, sobre todo, la razón. Y eso me permite decidir quién puede hablar y quien no. Por eso silencio a los intolerantes como usted.