El diputado después se ha disculpado, sí, sí. Perfecto. Enhorabuena. No todo el mundo lo hace y algunos, cuando no tienen más remedio, usan aquello que hace tanto de poca disculpa del "si alguien se ha ofendido pido...". Y él no.

Pero quedémonos con el hecho, con la necesidad que ha tenido el señor este de hacer el comentario. ¿Qué impulsa un diputado a manifestarse con esta falta de empatía personal y crueldad humana? Es una prueba más del estilo que se ha impuesto en los hemiciclos. Las bancadas ya no están ocupadas por legisladores sino en muchos casos por ultras de campo de segunda B con una sobredosis de calimocho de pentavin y testosterona. El caso de que nos ocupa ha sucedido esta mañana en la sesión de control del Gobierno, pero podría haber sucedido en cualquier otro parlamento. Y con un tema delicado que empeora todavía más la reacción producida, y que es a donde quiero ir a parar. El diputado Iñigo Errejón preguntaba al presidente Sánchez por los problemas de salud mental derivados de la COVID-19. Cuando ha acabado, en la cámara se ha oído claramente un "vete al medico". Era el diputado del PP Carmelo Romero, el de la disculpa. Insisto, me olvido de la circunstancia y de la persona concreta y voy a la cosa.

Los parlamentos se han convertido en una mezcla de taberna donde no dejarían entrar a Al Capone por demasiado honrado y circo donde el león va con dentadura postiza y las palomitas son de segunda mano. Sólo dos momentos para el recuerdo: 1/ El día que hablaban del paro y se oyó un "que se jodan" dedicado a los parados. Era la diputada del PP Andrea Fabra, hija del expresidente de la Diputación de Castelló, Carlos Fabra, aquel señor a quien cada año le tocaba la lotería de Navidad y que se construyó un aeropuerto, pagando Castelló, naturalmente y 2/ Cuando Jose Antonio Labordeta, ya hartó que desde los escaños populares lo insultaran y lo increparan, desde el atril les dijo aquello de "a la mierda".

Pero estas situaciones también pasan fuera de los parlamentos. Aparte de los cuñados habituales (y las cuñadas), que entran por contrato, muchos políticos y aspirantes a tener muchos seguidores en twitter que les aplaudan, aprovechan las redes para faltar al respecto personal y a insultar a quien les apetece. Y sin ningún ingenio, que todavía es peor. Y sí hablo por ejemplo del caso de Andrea Levy. Una intervención de la actual concejala del PP en el ayuntamiento de Madrid durante un pleno donde perdió el hilo un par de veces sirvió a unos cuantos para decirle de todo. Ojo, pero de todo hasta límites que ofenderían a Kiko Matamoros.

Levy tuvo que salir a explicar públicamente que sufre fibromialgia y que el tratamiento le provoca efectos secundarios. Y quizás no quería hacerlo porque a nadie le importaba, porque eso forma parte de su vida privada. ¿Tiene derecho, no? Pero ella tuvo que hacerlo. Muchos, ni así se rindieron y entonces dijeron que se lo había inventado para justificar su comportamiento. Y la siguieron insultando. Unos fenomenos.

Pues bien, el círculo se cierra cuando muchos de los que a Levy le dijeron de todo o ahora traspasan la línea de la legítima critica y le llaman "loca" o "desequilibrada" a Isabel Díaz Ayuso, hoy han insultado mucho al señor del "vete al medico" por su actitud contra quien sufre consecuencias mentales derivadas de la COVID. ¡¡¡ELLOS!!! ¡Precisamente ellos! ¡SEN-SA-CI-O-NAL!