Llega la temporada de la gripe. Eso quiere decir que también llega la temporada de las vacunas para combatir esta enfermedad. ¿Y, a quién se administra, mayoritariamente, la vacuna? Efectivamente a las personas mayores. Pues bien, Salud envía mensajes SMS para que los usuarios pidan hora a través la aplicación correspondiente. Ojo, que está muy bien, es muy práctico y muy cómodo pero, ¿cuántas personas mayores saben hacer funcionar estos artefactos del demonio? Si claro, que se lo hagan los hijos o los nietos, pero hay personas mayores que no tienen ninguna de las dos cosas. O que no se habla con ellos. O que viven lejos. ¿Un vecino? Sí también, pero quizás no quieren molestar. O no los conocen de nada. O también son mayores y están tan perdidos como ellos.
¿Qué sucede con la gente que no tiene un teléfono "inteligente"? (Un concepto -por cierto- que podríamos discutir a partir de la pregunta: ¿defíname inteligente?) O que no tiene un ordenador. Ni internet. O lo tiene, pero no logra acalararse. Y le diré más, yo hoy no he conseguido aclararme. Le estaba haciendo el trámite a una señora de 91 años con demencia y he fracasado. Porque tras todo el show de claves que te envían y que tú introduces y validas y no-se-qué-más, he llegado a la pestaña de "vacunas" y me daba tres opciones. Y ninguna de las tres era la de la gripe. Y allí me he quedado atascado. Suerte de la eficiencia del personal humano que ha resuelto el callejón sin salida por el método tradicional de usar una cosa que le llaman el lenguaje oral. Ya que hemos evolucionado del mono hasta saber hablar, no sé, ¿explotémoslo, no?
No sé que caras hacía un servidor mientras se peleaba con el teléfono y blasfemaba contra todo el santoral, pero cuando lo he dejado estar porque la impotencia me ha vencido, la señora me ha mirado y me ha dicho: ¿Esto debe ser muy difícil, verdad? Pues imagínate si lo tuviera que hacer yo". Y entonces me ha venido en la cabeza un dato que he leído esta semana y que demuestra que a las grandes compañías les importamos exactamente una mierda, en general, pero que las personas mayores, además, les molestan en particular. Y, sí, hablo de los bancos. En las grandes ciudades, los tienen de pie haciendo cola -han quitado las sillas o hay pocas- para poder realizar alguna gestión con un ser vivo bípedo. Y cuando les toca el turno les dicen: "Eso lo tiene que hacer en el cajero". Pero, oigan una cosa... ¿Alguien se ha preguntado que si no lo hacen en el cajero quizás es porque no saben hacerlo? ¿No tienen derecho, como clientes que son, a ser atendidos por una persona humana, o similar?
Pero en muchos pueblos la cosa es de aquellas que te pinchan y no te sacan sangre, pero sí mucho agotamiento intel·lectual. Y aquí viene el dato: en 443 de los 947 municipios catalanes ni hay ni ninguna entidad bancaria y ni un triste cajero. Son unos doscientos mil habitantes que si quieren dinero en efectivo o hacer cualquier gestión, tienen que ir a un pueblo o ciudad próxima. Pero volvamos a las personas mayores, quienes ya no pueden conducir, ¿que narices hacen? Y ya no le explico si en el pueblo no hay muy buena cobertura y pagar con tarjeta es una heroicidad: "Antonia, apúntamelo que ya te lo pagaré". Tanta modernidad para acabar con aquello de toda la vida que y que llamamos "fiar".
¿Y en los supermercados, qué? En la sociedad de la precariedad cada vez están más de moda las cajas "rápidas", que les llaman así pero que realmente son cajas que eliminan personal y espabílese. Para muchas personas mayores -y no tan mayores- no es sencillo entenderse con las instrucciones de la pantalla, hacer funcionar la pistolita del código de barras y todo el resto del montaje. Ah, y para rematarlo, si una vez has pagado y quieres una bolsa, pero te la has olvidado, tienes que volver a hacer todo el proceso para una puta bolsa de 30 céntimos.
Como ya expliqué en otra pieza, pensamos ciudades con fantásticos carriles bici, muy necesarios y bla, bla, bla, e invertimos mucho dinero, cuando resulta que la población envejece y no los usará nunca. Las personas mayores ven rayas enl suelo y utensilios diversos y muy extraños ocupando el espacio público, pero como nadie les ha explicado qué significa todo aquello, están tan desconcertados como desorientados. Ya no saben por donde ni cuando cruzar la calle porque ponen un pie fuera de la acera y se les aparecen todo tipo de cosas con ruedas por derecha e izquierda, mar y montaña, y que se creen que están en el circuito de Montmeló.
Pues eso, que en general les molestamos, pero las personas mayores todavía más. Y no se dan cuenta de que les están estropeando los últimos años de su vida a base de angustiarlos y de hacerles sentir-se inútiles en un mundo que no entienden, pero no por culpa suya sino porque no lo entiende nadie. Lo que sucede es que la mayoría disimulamos.