Hoy hemos dado un paso más en esta sensación de sociedad que se cae a trozos. Y un paso de gigante. Pero, repasemos anteriores capítulos. Todo aumenta de precio sin freno, los sueldos son cada vez más bajos y los trabajos más precarios, los jóvenes sólo piensan en cómo largarse de aquí, el Gobierno presenta medidas "sociales" con tufo a propaganda y las tiene que rectificar al cabo de dos horas porque las ha vendido alguien que vive en las afueras de Raticulín y no conoce la realidad, etc., etc. Y una cuestión que todo el mundo rehúye y estallará pronto: ¿quién pagará el estado del bienestar? Con las pensiones, por ejemplo, tenemos un debate apasionante. Nos deberíamos jubilar antes para dejar espacio a los jóvenes, pero estos jóvenes ―los que no se marchen―, tendrán trabajos en el mundo Glovo (concepto) y ―por lo tanto― pagarán unos impuestos ínfimos con los cuales deberán cubrirse las pensiones de los que ahora dicen que deberían jubilarse con 63, pero como que vivirán hasta los 95 estarán 30 años de su vida cobrando una pensión, poco más o menos los mismos que habrán estado cotizando. Y como que vivimos más años, peor salud de hierro tenemos durante más tiempo, cosa que implica más gasto sanitario. Como decía aquel, ¿y esto quién lo paga? Vaya, un escenario tan bonito que, por comparación, incluso el precio de la luz parece un problema menor.
Pues bien, el paso hacia la desesperanza más monumental de la que le hablaba en la primera línea son las cifras de las personas mayores que mueren solas en su casa. No hay datos oficiales, porque la administración no hace ningún recuento, cosa que es ciertamente SEN-SA-CI-O-NAL. Porque, como dijo el poeta: ¿paqué? Si no hay cifras no hay problema. Y en la sociedad del "me gusta" y de la propaganda que se deshace como un azucarillo, ¿verdad que no queremos problemas? Pero resulta que los bomberos, que son los que van a abrir las puertas de las viviendas de los difuntos, sí que tienen datos. Y, según ha podido saber la redacción de informativos de Catalunya Ràdio, desde este enero los de la Generalitat se han encontrado a 98 personas mayores de 65 años muertas en su casa. Eso quiere decir... ¡UNA CADA TRES DÍAS! Y aquí no están los datos de Barcelona capital porque la ciudad tiene su propio cuerpo de bomberos. Y ellos en el 2019, por ejemplo, encontraron 102 personas de más de 61 años muertas en su domicilio. Esto son dos cada semana. Ahora bien, esta no es la cifra real. No, porque hay servicios que los hacen los Mossos, el SEM o las policías locales. Esto en un país donde viven solas unas ochocientas mil personas, el 43% de las cuales tienen más de 65 años.
En el mundo hiperconectado, mientras funcionen los routers, cada vez muere más gente sola. En silencio. En casa, que es el lugar donde antes se moría la gente. Pero lo hacían rodeados de la familia. En la sociedad donde negamos el dolor y el sufrimiento, decidimos que era mejor morirnos en los hospitales, rodeados de máquinas que con el último suspiro quedan en silencio. Porque en casa... es que lo ven los chiquillos y a ver si tendrán un trauma. ¡Y sobre todo, que las criaturas no tuvieran un trauma descubriendo que la gente se muere! Y ahora volvemos al sitio de donde veníamos, pero la familia ya no está. Ni los amigos. Ni nadie que nos ame. ¿Si cada vez vivimos más solos, cómo quieren que nos muramos? ¡Hostia, pues solos! Bueno, o solis.
Y en el fondo, al conjunto de la sociedad ya nos va bien así. Porque, como queremos un mundo aséptico que nos esconda la triste y cruda realidad que tanto nos inquieta y nos ofende, creemos que desterrando las muertes a la soledad de un piso de no sabemos dónde, adiós problema. Y nos creemos que, de esta manera, conseguimos la felicidad de la ignorancia. Sin haber entendido que el dolor quiere decir existir y que sin dolor no existes. Vivir es dolor. Y el dolor es lo que te permite entender que es el amor, el ingrediente necesario para que ninguna persona que se lo merezca muera sola.